El problema de Venezuela es enormemente complejo. Confluyen allí intereses geopolíticos encontrados: Rusia, China y Turquía prestan a Venezuela un dinero que no devuelve y así dominan su industria petrolera y sus riquezas; Cuba recibe gratis el petróleo que no tiene; EEUU no está dispuesto a consentir a sus enemigos tales ventajas en un continente -América- que siempre consideró suyo. Desde esa perspectiva, económica y política, parecería aconsejable que la Iglesia se mantuviera cautelosamente al margen de la disputa.

Pero la cosa cambia cuando uno aplica la lupa y constata la gravedad de lo que allí ocurre Más allá de estrategias planetarias, lo peor es que en aquella tierra hermana campa a sus anchas el crimen organizado de un Gobierno financiado por la corrupción y el narcotráfico, sostenido por votaciones fraudulentas, que asesina impunemente a cuantos piden a gritos la libertad. Frente a la realidad de un pueblo que sufre, la Iglesia no puede ni debe callar.

Quizá por ello me han decepcionado tanto las palabras de Francisco. Dice el Papa que tiene que ser "equilibrado". Despacha el compromiso afirmando que "sigue de cerca la situación y reza por las víctimas". O dicho de otro modo, da la espalda a la oposición democrática venezolana y, amparándose en el temor a un "derramamiento de sangre", deja de cargo de otras instancias supranacionales la defensa de la dignidad y la solución del conflicto.

Contrasta la precaución de Francisco con el valor, por ejemplo, de Wojtyla, el pontífice que dinamitó el muro de la infamia. ¿Puede la Iglesia permanecer en el fiel de la balanza "cuando debiera juzgar -habla Zoé Valdés- y hacer tabla rasa con la inmoralidad"? ¿Cuánto hay de prudencia y cuánto de tibieza en un Papa que se coloca de perfil frente al exterminio bolivariano? ¿Es esto lo que ha de ofrecer una Iglesia comprometida con el respeto a los derechos humanos y la protección de los más débiles? ¿Es su aséptica voz, papa Francisco, la voz de Cristo?

Su Santidad, este cristiano de a pie no le comprende. No sabe si su actitud es fría o caliente, si responde al mensaje evangélico o merecería ser vomitada de la boca del Señor. Acaso mi torpeza no acierta a distinguir la execrable displicencia de Pilato de la inteligente astucia que Jesús nos enseñara. Pero para mí tengo, Santo Padre, que ni el silencio ni la mesura ni la inacción directa o indirectamente cómplice derrotaron jamás tiranía ninguna.

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