Aestas alturas todos sabemos que es un meme. Pero, ¿sabríamos definirlo? Mejor nos vamos a la RAE, que aceptó este término hace casi dos años. "Imagen, vídeo o texto, por lo general distorsionado con fines caricaturescos, que se difunde principalmente a través de internet". La primera acepción es más interesante: "Rasgo cultural o de conducta que se transmite por imitación de persona a persona o de generación en generación". Y es que nos pasamos la vida imitando: los pantalones de campana guardados en el armario esperando a vivir otra época dorada, el vocabulario que conocemos, los horarios que manejamos para comer, etc. Como explicaba Lucía Taboada en su libro Hiperconectados, un efecto similar sucede con las olas en las gradas de los campos de fútbol. Comienza con un número pequeño de espectadores, y por imitación consigue volverse gigante. Pues un poco esto pasa con los memes, y un poco esto explica la viralización de ciertos contenidos.

¿Los memes son malos? No necesariamente. ¿Son crueles? En ocasiones. Pero es que somos así. Nos guiamos por las emociones más intensas, las que provienen de la violencia, el sexo, la comida… Estas temáticas activan el piloto de alarma de nuestro cerebro y consiguen que nos paremos un segundo para consumir ese contenido que está en internet (ya sea en Twitter, Facebook, Instagram o hasta en un grupo de WhatsApp) y que está compitiendo con millones de contenidos más.

Hablemos de La isla de las tentaciones. ¡Madre mía!, estaba deseando que llegara este momento.

La que está liando Tom, ¡eh! Bueno, a lo que voy. Un programa que coge una ballesta y apunta contra la moralidad aprendida. Un espacio de superficialidad, deslealtad e infidelidad. Parejas que se traicionan (o no) ante tentadores con más bíceps que Popeye, tatuajes hasta en las cejas, con un corte de pelo degradado, y en su mayoría empresarios (ejem, ejem). Y ante tentadoras que pasan más tiempo en la clínica de medicina estética que en casa. ¿Y esto lo ve la gente?

Joder que si lo ve. Yo el primero. Cosa bien distinta es que me sienta orgulloso de ello. La desgracia ajena es adictiva. Ver sufrir al otro es deporte nacional. ¿Quién ganó la primera edición de este programa? ¿Alguien se acuerda? En realidad no había vencedores, ¿no? Bueno, qué más da (claramente el ganador fue Mediaset). Yo solo recuerdo el "Estefaníaaaaaa". Y eso es lo que quedará para la posteridad. Un programa que esté repleto de memes es garantía de éxito, y este lo es. El universo memético, la tiranía de Twitter y la enorme creatividad que hay en este país para hacer chiste se alían y crean un producto viral. Nos vemos la semana que viene, que ahora tengo que seguir robando stickers de mis grupos de WhatsApp.

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