Si esta imagen la hubiera vivido Berlanga, seguro había parido alguna de sus obras maestras titulada Un peluche colgado de un árbol. Nos hemos acostumbrado a vivir con el disparate, el esperpento que tantas glorias literarias nos trajo. Alguien consideró oportuno castigar a su retoño arrojando a su peluche favorito hasta dejarlo colgado del árbol más cercano. Lo peor es que cientos, miles de personas que transitaron bajo sus ramas, apenas le dieron importancia alguna.
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