SI hubiera que guiarse sólo por lo que la clase política nos ofrece, los últimos gestos a los que hemos asistido en la provincia anuncian un año de permanentes desencuentros. Primero fue el espectáculo de la presentación de la estación del AVE marginando al Ayuntamiento de la capital, después el abandono del Ayuntamiento de Moguer de la Fundación Juan Ramón Jiménez... La realidad parece querer empujarnos hacia una pendiente de desencuentros que a los ojos del común de los ciudadanos puede ofrecer argumentos para perderse en la abstención.
Afortunadamente, la sociedad onubense, en sus más variados aspectos, parece más cuerda que la clase política que supuestamente la representa y mantiene el discurso de la sensatez. Si a las ciudades o a las naciones incluso las dejásemos sólo en manos de la clase política correríamos a veces el riesgo de que se cargara el invento. Sin embargo, como se demuestra cuando un país permanece con un gobierno provisional o mientras cambian los ejecutivos y se produce un vacío de poder, la sociedad se encarga de que todo funcione como si nada ocurriera demostrando así que es en realidad el sostén más sólido de la convivencia en las comunidades sea cual sea el nivel y sus dimensiones.
La sociedad onubense, en este año que se abre con unas elecciones respecto a las que aumenta la ansiedad de unos y el temor de otros, tiene ante sí la responsabilidad de ir ocupando espacio en la realidad cotidiana hasta conseguir redimensionar a la clase política a sus justos términos, para no tener que sufrir las consecuencias de los desvaríos de quienes pierden los papeles
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