La otra orilla

Javier Rodríguez

El sistema olvidado

¿Hablamos en serio de todo o dejamos que pase la pandemia para olvidarnos, otra vez, de las residencias y sus condiciones?

L A atención a las personas mayores, ya sea domiciliaria, en centros de día o residenciales. La cobertura del derecho a la vivienda, ya sea para jóvenes en edad de emanciparse de su familia o que llegan a la mayoría de edad sin una familia de la que emanciparse o personas no tan jóvenes que van sufriendo desgracias, una tras otra, y terminan durmiendo debajo de un puente, en unos soportales, una nave o una casa abandonada. La atención a personas que sufren una discapacidad, un trastorno de salud mental… y requieren, también, de atención domiciliaria, de un centro de día o residencial. El tratamiento para personas que sufren adicción al alcohol, a la cocaína, a la heroína… o a esas apuestas que posiblemente se anuncien en la misma página en la que se publica este artículo. El apoyo a las víctimas de trata o explotación sexual, a las que han sufrido la violencia de género… en casas de acogida y programas formativos y de inserción laboral. El apoyo a familias con problemas para llegar a mitad de mes, con niños con problemas escolares, padres o madres ausentes o desbordados. La dinamización de nuestros barrios. La atención a inmigrantes que recién llegan a nuestra tierra acarreando todos los problemas del mundo. El acompañamiento a personas que salen de prisión. La tutela efectiva a chavalas y chavales sin padres y madres que se hagan cargo de hacer de padres y madres hasta que sean autónomos.

Todo esto y alguna cosa más es el objeto de trabajo del sistema más olvidado de entre todos los que conforman nuestra Política Social (y fíjense que compite en ello con Sanidad, Educación y Pensiones), el Sistema de Servicios Sociales: un sistema, que oí llamar "pobre y para pobres", deslavazado, unas veces en manos públicas, otras en las de la buena voluntad, otras en las de empresas que lo mismo te montan un fusil, que te recogen la basura, que te montan una residencia de ancianos, mantenido por profesionales que se ríen cuando oyen a compañeros de otros sectores quejarse de sus salarios, de que tienen que usar su coche o de los turnos de trabajo, poco o nada reconocidos, sin recursos que ofrecer, a veces contratados como falsos autónomos, a veces ni eso, que no saben si el mes siguiente se mantendrá su puesto de trabajo o incluso el servicio que atienden...

¿Hablamos en serio de todo esto o dejamos que pase la pandemia para olvidarnos, otra vez, de las residencias y sus condiciones?

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