Cuchillo sin filo

Francisco Correal

El síndrome del ciempiés

LA política en tiempos electorales, los tiempos del cólera -de la cólera, con más rigor de patología metafísica- es como el amor de compraventa: se mezclan conocimiento e ignorancia, sabiduría e idiocia, y la coctelera se agita queriendo hacer iguales los sumandos de la mezcla. Estamos en campaña electoral desde el 15 de marzo de 2004. Desde que se inició la democracia, es la primera legislatura que ha contado con una campaña electoral de cinco marzos. Una saturación dialéctica que debería hacer a estos arúspices renunciar a la campaña que se inicia el día 24 y dedicar ese tiempo a lo que no han hecho en cuatro años: renunciar al insulto y a la descalificación, debatir con sosiego e inteligencia. Se ahorrarían un buen dinero en mítines y cartelería. Sería la primera democracia occidental que tendría cuatro años de campaña electoral y quince días de legislatura. El síndrome del ciempiés.

Como en el amor de compraventa, esta política es muy dada a remover las bajas pasiones, los reductos de la España grotesca y garbancera. Los conceptos se sustituyen por epítetos que se lanzan como venablos en el pan y circo de los telediarios. En éstos sorprende sobremanera una cuestión nada baladí: cada vez que sale la imagen del presidente del Gobierno, su rostro es cercano, se adueña de la pantalla en una omnisciencia gestual que hace de la cara un icono, que es un eufemismo culto de la mismísima jeta. Ni el líder de la oposición ni los propios presentadores de los telediarios gozan de esa cercanía rayana en el hijo, el marido o el padre que todas las españolas de bien quisieran haber tenido. Puro marketing por la cara. El Gran Hermano casado con la cultural leonesa que ha impuesto un Thermidor cursi promovido por actores, cineastas y dramaturgos para redimirnos de los siglos de oscurantismo y tinieblas en los que hemos vivido hasta el día que llegó a la Moncloa. Agentes culturales y polivalentes que lo mismo sirven para recoger chapapote que para mofarse de los púlpitos y que en su particular dictadura del progretariado con la mano de Marat alientan la III República y con la de Sade recogen la subvención.

Para potenciar la memoria, el Leviatán de almíbar quiere borrar los recuerdos. Y en la retórica se cogen los latiguillos de manual: un poco de curas y sotanas, colocarle a la derecha el adjetivo reaccionaria y alimentar a todos los monstruos que con el discurso de la modernidad se han dejado crecer. La política es la continuación de la religión por otros medios, porque las pamplinas se presentan como verdad revelada y siempre hay alguien empeñado en salvarnos de las tentaciones del conservadurismo, de esa derecha retrógrada que llenó España de catedrales y pantanos.

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