Hay preocupación entre los productores de los espectáculos políticos de televisión: las estrellas se están agotando, Pablo Iglesias cada vez calienta menos los audímetros, Albert Rivera aburre y la política ha dejado de interesar, a Bertín Osborne se le derrumbó el programa con la entrevista de Aznar y las escaletas buscan nuevos shows de carácter social. Hay cadenas -como La Sexta y, en menor medida, Cuatro- que se montaron en el fragor de la espuma podemita, pero el suflé ha comenzado a bajar. Con todo el respeto que merece la huerta murciana, lo de Pedro Antonio Sánchez vende menos que los guepardos del Serengueti. Los guionistas de Podemos van a tener que pasar a una segunda fase; quizás haya que trasladar la acción principal al Congreso de los Diputados, donde el joven Rufián se ha colocado en cabeza. No sé, Iglesias vestido de bombero torero, Errejón haciendo el salto de la rana, Cañamero disfrazado ya, trasmutado, en Andrés Bódalo. Lo de Rufián es ilustrador de este tipo de hacer política basada sólo en lo mediático. ¿De qué iba el interrogatorio? Lo de Interior es de ese tipo de escándalos que dan miedo: comisarios por libre, pruebas falsas, escuchas irregulares, pantallazos de cuentas, sumarios que pueden irse al garete, pero no recordarán nada de eso, sino a Rufián y sus insultos. Iglesias está que muerde. Atención.

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