POR montera

Mariló Montero

El sexo de los ángeles

DICEN que los adolescentes no seducen a sus parejas antes de llegar a realizar el sexo. Que su objetivo es la penetración y luego contarlo a los amigos con quienes hacen apuestas para ver quién ha logrado más piezas en el tiempo predeterminado. Se reúnen, fundamentalmente los chicos, en quienes vuelve a recaer, a pesar de las generaciones, el comportamiento animal de convertirse en el líder de la manada, para dibujar una estrategia que consiste en hacer una lista de los nombres de las chicas que les rodean y puntuarlas según su físico. A más guapas y más pecho, más puntos tras llevarlas al redil.

Este comportamiento vuelve a poner en presente la inmadurez que brota por la incomunicación sexual con los padres. Antes, ellos no querían hablar de sexo y son ahora los propios hijos -esto ya lo he contado en otra ocasión- quienes huyen de nuestras conversaciones sobre el sexo, pero no sólo del seguro, sino del bueno. Lo curioso se produce cuando los hijos de los otros sí atienden los comentarios que rayan a los tuyos.

Los expertos restan importancia a la edad de la iniciación de los adolescentes españoles en el sexo, basándose en la comparación de otros países con menos moralina y el parangón con otras épocas, y aseguran que la concepción de la sexualidad es para ellos un juego, una forma más de ocio. Como ser virgen está mal visto, a los catorce años se sienten sometidos a una presión de la que darán cuentas a sus amigos. Sus fuentes de información tampoco están teniendo en cuenta este problema. La televisión que ven se salta la seducción y las cadenas de pornografía hacen que traten a las adolescentes de manera degradante. El sexo es, para ellos, penetración, contorsionismo, proporcionalidad de miembros y una ocupación que ha de llevarles poco tiempo. Las chicas, por muy moderna que sea su estética, siguen buscando a su príncipe azul.

Los jóvenes realizan el sexo con tanta frialdad que lo tienen catalogado: un chill-out, el bluetooth o el sexo azul. El primero es el que practican sin protección; el segundo, hacerlo con desconocidos con los que contactaron por bluetooth, y el último, con una viagra que les saque del apuro después de haber bebido cantidades ingentes de alcohol. Esa es parte del panorama sexual de nuestros adolescentes. ¿Y la seducción? ¿Por qué la evitan, siendo lo más relevante de la atracción entre dos seres? Hasta los animales seducen.

Quizá sea necesario explicarles que el erotismo rezuma femineidad y tiene intimidad propia. Que tiene una breve vida eterna. Su presencia envolvente es efímera ante el ser humano sobrecogido, por un deseo abocado al disimulo perenne. Florece y se va. Su consumación sexual, su inminente puerta, extinguiría la elegancia de lo erótico. El erotismo es el deseo no consumado. El éxtasis eterno.

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