Siempre es penoso que te quede una asignatura para septiembre. Lo recuerdo como una mala pesadilla. Aquel verano tuvo para mí la compensación de caer en manos de una profesora de Matemáticas, Carmen, a la que recuerdo con mucho cariño no sólo por el afecto de su familia y la mía, sino porque me enseñó a entender de una vez una asignatura que siempre se me atravesó. Cuando la frustración se superaba pensábamos que había merecido la pena. ¿Podríamos decir lo mismo ahora si trasladamos el trance al panorama nacional después del infortunio de las dos investiduras que inexorablemente nos llevan a septiembre?

En una circunstancia tan comprometida como la de una investidura, donde el término fracaso ha dominado la opinión más generalizada, le ha llovido a la clase política y especialmente a los dos partidos que han participado en el lance, toda suerte de acusaciones y desafectos, por decirlo suavemente. Pero no han faltado los habituales aduladores que atribuyen al candidato entre otros supuestos méritos, un cierto pragmatismo ideológico y una visión europeísta de la política, además de su propensión a rentabilizar el miedo -¡que viene la ultraderecha!-, el feminismo, su pretendida superioridad moral y su integridad democrática, tantas veces al contrario. Y en todo ello inefables contradicciones, reproches, acusaciones mutuas y filtraciones, que han enfangado un campo ya de por sí encenagado y pútrido en el que cada día se hunden más los lógicos afanes de concordia que nos alejan de aquellos años de armonía democrática y de protagonistas más íntegros y convincentes.

La perspectiva no es muy halagüeña se mire donde se mire. Hemos tenido que soportar proclamas de desvergonzado cinismo de los nacionalistas vascos y catalanes y algún otro que aprovechó la tribuna para pontificar sobre supuestos principios que no le importa adulterar si le conviene. Y el centro-derecha, incidiendo sin remedio en su paranoia patológica, sus miedos reverenciales, cayendo en errores de bulto de cara a la galería, cuando PP y Cs incurren en contradicciones clamorosas negando evidencias patentes y despreciando a quien le permite gobernar, porque teme las acusaciones de la izquierda que son las mismas de toda la vida y que a nadie engañan a estas alturas.

Confirmación de todas esas dudas, esas desconfianzas, esas agudas suspicacias que suscitan en los ciudadanos las actuaciones de nuestros políticos, una de las máximas preocupaciones en el electorado, según las encuestas, con toda esta zozobra y desconcierto provocados por el trance de la investidura, son las numerosas dimisiones que en estos días se han producido, especialmente en Ciudadanos. Una falta evidente de vocación o más bien de preparación de quienes no saben asumir o dimensionar adecuadamente -circunstancias aparte- su responsabilidad y su compromiso con la ciudadanía. Hace años que pasó el tiempo de los buenos políticos en nuestro país.

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