Aesta hora, cuando esta columna esté frente a sus ojos, lector, es muy probable que ya ande en las páginas web de los periódicos la sentencia de los ERE de Andalucía. Una sentencia aplazada unas quinientas veces por motivos siempre políticos relacionados con convocatorias electorales. Bueno, en realidad era solo uno el motivo político: no perjudicar al Partido Socialista en sus comparecencias electorales. Hace casi un año que se celebró el juicio y resultaba ya insoportable mantenerla en el cajón. El caso es que esta no es más que la primera sentencia, porque la bondadosa juez Bolaños, la que incrustaron en la causa para sustituir a la catapultada y recia juez Alaya, ha dedicado sus trabajos de instrucción a trocear y cuartear la causa y según parece pueden quedar hasta doscientos juicios todavía sobre el tema. La verdad es que robar más de 800 millones de euros de los contribuyentes españoles supone una trama de corrupción y bandolerismo tal como para estar juzgando hasta el fin de los tiempos. Es el mayor robo de dinero público jamás ocurrido en las democracias Europea. Yo diría que en toda la historia de Europa porque José María el Tempranillo, Curro Jiménez, El Pernales y demás atracadores célebres eran seráficos miembros de una orden franciscana menor al lado de estos socialistas andaluces que a partir de hoy hacen historia y entran de lleno, y de pleno derecho, en el libro Guinness de los récords. Números uno del escalafón bandoleril. La verdad es que tiene hasta cierto mérito distraer casi ciento cuarenta mil millones de pesetas de las arcas públicas. Esta hazaña no está al alcance cualquiera. Espero que la acorazada mediática española le dedique, al menos, el mismo tiempo que le dedicaron a los dos botes de crema que robó la para mí nada simpática Cristina Cifuentes de infeliz memoria.

Y lo principal: Espero que la sentencia esté a la altura de lo juzgado. Deseo que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía mantenga su pabellón alto y el decoro debido a su alta función y no caiga en el foso de desprestigio en el que ha caído el Tribunal, otrora llamado Supremo, con las bochornosas y sonrojantes sentencias sobre el golpe de estado en Cataluña y la profanación del lugar sagrado en el que estaba la tumba de un muerto de hace cuarenta y cuatro años y vuelto a enterrar donde la familia no quería.

Tardará décadas este tribunal en volver a ser bien mirado y respetado. Una pena para todos. Espero que el robo inmisericorde de 800 millones de euros no haya sido para nuestros jueces andaluces una ensoñación, algo que no fue real, tal como asevera la sentencia sobre los golpistas catalanes. Casi con esto me conformo.

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