Que la consejera onubense en el Ejecutivo andaluz, Rocío Ruiz, y el vicepresidente de la Junta, Juan Marín, las tienen tiesas, no sorprende a casi nadie. Lo que es más curioso es la manía que tiene la responsable de Igualdad de demostrarlo permanentemente. La primera fue hace meses cuando se postuló de manera más soterrada posible para moverle la silla, para después asegurar que jamás de los jamases había pensado una cosa así. La última fue una pillada en toda regla al filtrarse un audio de un encuentro con militantes. Debería tener más cuidado, aunque la experiencia de Marín es apabullante y la inocencia de ella, también.

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