La sanidad ha pasado a ser noticia, a abrir los informativos y a estar en la portada de los periódicos un día sí y otro también. Hasta ahí, todo bien. El problema llega porque la primera plana no se otorga por las investigaciones o los avances en los métodos para combatir la enfermedad, sino por la gestión que se lleva a cabo, o la falta de ella (que aún es peor).

Algo falla.

Nuestra sanidad ha sido ejemplo fuera de nuestras fronteras. Nuestros profesionales, reclamados más allá de nuestro país..., sin embargo, hoy el sistema da muestras de perturbación. Está enfermo.

Los onubenses tenemos que esperar casi nueve meses para ser atendidos en una consulta externa. La demora para entrar en quirófano supera los tres meses y medio. Los médicos de familia tienen cuatro minutos (hagan un intento de mantener una conversación en ese tiempo) para ver, atender, diagnosticar y prescribir un tratamiento a sus pacientes... Menos mal que su profesionalidad ha ido por delante y han sido capaces de salir más tarde de sus consultas cuando ha sido necesario y de aguantar de forma épica durante años, hasta que no ha habido más remedio que rebelarse y salir a la calle para reclamar una atención primaria digna.

La indisposición del sistema es evidente y quienes tienen la fórmula para restablecerlo no pueden perder el tiempo, ni dedicarse a echar la culpa a sus predecesores.

Hay que actuar.

Mientras no se aplique un tratamiento que ponga freno a la falta de inversión (a veces) y la escasez de personal (otras), habrá profesionales que sigan acudiendo a sus puestos de trabajo con miedo, con tensión y con el temor de poder ser agredidos en cualquier momento porque esa mala o inexistente gestión se traduce en pacientes que se dejan llevar por el nerviosismo y proyectan la frustración en el personal sanitario, que es el que da la cara a quien lleva casi un año sin recibir una cita o a quien tiene a un familiar en la cama a la espera de un diagnóstico que no llega porque ni siquiera le han realizado las pruebas diagnósticas.

No es normal que los ataques a los sanitarios hayan aumentado un 42%, hasta llegar a los 135 en un año. No es normal que no haya funcionado un plan de choque para frenarlos.

Los profesionales que nos cuidan merecen un respeto y es un deber trabajar para restaurarlo.

Nuestra sanidad está enferma y necesita un tratamiento sin dilación.

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