La salud de la política

La política necesita equilibrio, estabilidad y autorregulación, y no destrucción

En la Grecia clásica, la escuela de Cos recurrió como término nuclear de la definición de salud a la palabra equilibrio. Esa idea se mantuvo durante siglos hasta que comenzaron a aparecer otras que la sustituyeron; sobre todo, bienestar, adaptación o capacidad. Sin embargo, aunque aquella no aparezca explícitamente, su contenido subyace en muchas de las formulaciones presentadas. La consecución de equilibrio es fundamental en muchos campos; así sucede, por ejemplo, en el funcionamiento corporal, lo que derivó en lo que llegó a conocerse como homeostasis, desarrollado especialmente por el francés Claude Bernard en el siglo XIX, lo que también tiene que ver con estabilidad y autorregulación. Tanto en el fondo como en la forma esto es lo que conviene para muchas cuestiones: un equilibrio, una estabilidad y una autorregulación que permita que lo que sea goce de buena salud, siendo esto perfectamente aplicable a la política. Por ello puede afirmarse que, dentro de las instituciones, sin que se dé una correspondencia absoluta con todas las sensibilidades ideológicas, es conveniente que haya un reparto más o menos proporcional de representantes que reflejen apropiadamente las distintas opciones legítimas que existen en el seno de una sociedad para que se canalicen las aspiraciones y tendencias de la población. Ahora bien, hay un añadido más y es que dentro de esas instituciones el quehacer de los elegidos se concrete en contrastar diferencias, posibilitar acuerdos y, si no son posibles los mismos, votar democráticamente para tomar decisiones. No obstante, por desgracia, no es así como se opera con frecuencia y, en los tiempos actuales, casi siempre es de manera contraria. Lo que se persigue obsesivamente es la destrucción de los otros y, tal vez, por eso -volvemos al tema del lenguaje-, teniendo en cuenta la realidad, es típico que se utilicen expresiones tales como lucha y enemigos políticos, en vez de rivalidad o adversarios. Al respecto, el problema se agudiza cuando este modo de proceder se produce a nivel interno de un partido. Sirva de ejemplo, en este punto, las primarias del PSOE. La candidatura de Pedro Sánchez no sólo quiere ganar sino destruir a los que no están en su línea, especialmente a Susana Díaz y a los que la apoyan. Si ganara Sánchez -ojalá que no- sus discursos, pactos y actuaciones políticas no contribuirían al equilibrio, estabilidad y autorregulación y, entonces, la política, en general, se pondría más enferma de lo que está.

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