La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La sacerdotisa del socialismo andaluz

Susana Díaz no tiene otro oficio que controlar como nadie las agrupaciones del PSOE. Su vocación es la lucha orgánica

De poco le ha servido a Susana Díaz su repentina conversión al sanchismo. Los cascabeles de las mulillas de Ferraz ya suenan dispuestas para el arrastre. La princesa del arrabal está triste. ¿Quién de cuántos la cortejaron en los años de postín, Íbex 35, negociaciones del relevo en la Jefatura del Estado, periodistas tronantes de la derecha mediática de Madrid llegando a San Telmo, le prestarán ahora su pañuelo? El ministro Ábalos, algarrobo de la Moncloa, llegó a Andalucía como heraldo preclaro del sanchismo, apóstol de un PSOE que no lo conoce ni la madre que lo parió, paladín preferente de un partido que no se puede permitir el lujo de tener con los brazos caídos a la hinchada de su tradicional fortín del sur de España. A un presidente del Gobierno, sea del PP o del PSOE, le importan las regiones en función de sus propios intereses electorales. A Aznar, por ejemplo, le dejó descaradamente de interesar Andalucía cuando alcanzó una mayoría absoluta en el año 2000 sin necesidad de los votos de los suyos en la región más poblada de España. La historia no se repite, la historia es la misma. Sí, suenan los cascabeles de las mulillas para Susana Díaz como en su día se oyeron para sustituir al gran Pepote Rodríguez de la Borbolla, que mandaba tela en el PSOE andaluz y en aquella Junta que tenía su sede principal en la calle Monsalves; a Manuel Chaves, que fue el candidato a palos que se pasó casi dos décadas mandando en Andalucía, y ahora ocurre con una dirigente de la quinta del 74 que presenta algunas circunstancias distintas: no sabe hacer otra cosa que controlar el PSOE andaluz, no quiere entender de otros menesteres que estar al tanto de lo que ocurre en el partido, desde la agrupación de Pulpí a la de Ayamonte, y no quiere dedicarse a ningún afán en la empresa privada. Susana Díaz es muy joven, jovencísima, en un mundo en que la gran potencia será dirigida por un octogenario. Susana ya se ha encargado de dejar claro que no hay debate sobre su continuidad. El que quiera presentarse a las primarias, que lo haga. Ella seguirá donde está, sobre todo porque no puede estar en otro sitio. Ella no es comparable a Iceta, claro que no. Ella ha alternado con los grandes emprendedores de España, ha sido decisiva en el relevo de una Jefatura del Estado y ha ejercido de interlocutora válida y fiable ante el empresariado español en tiempos de efervescencia de la izquierda más bochinchera. ¿Quién le dirá a la princesa que tiene razones para estar triste? ¿Y quién se dará cuenta de que no hay nadie como ella para dedicarle 24 horas a la causa? Ella es una sacerdotisa. Y Ábalos no es, precisamente, el presidente de la Conferencia Episcopal.

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