Se sabía que no podía ser tan fácil, que en un país de nostálgicos que iguala la libertad al desorden, que se aferra al pasado alzando como himno que eso "siempre fue mejor"…, se sabía que solamente la intención de sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos traería cola y dolores de cabeza, se sabía. De ahí que poco sorprenda cada una de las piedras que se le está poniendo al Gobierno en su camino por la familia del dictador, por sus fieles seguidores o por la Iglesia, que no se aclara. Suele pasar cuando se toman decisiones sin calcular sus consecuencias y después hay que ir poniendo parches ante las objeciones que van emergiendo.
Son muchos los españoles que no suelen rendir culto a los muertos, muy especialmente a los non gratos, y les da más o menos igual dónde reposen los restos del dictador. Pero son más los que llevan años pronunciándose sobre la incongruencia de que en un país democrático se siga enalteciendo a quien, por medio de un golpe de Estado, se hace con el poder y utiliza a los perdedores de la contienda en la construcción de un gigantesco mausoleo, de dudosa estética por cierto, para su gloria. Son cada día más los que conociendo la ley de Memoria Histórica, ven la incoherencia de arrancar placas y rótulos de calles porque llevan nombres de héroes del ejército sublevado contra la República, mientras que no se toman medidas en el Valle de los Caídos. Muchos los gobiernos democráticos que han desfilado en nuestro país, uno tras otro desde hace cuarenta años, sin que ninguno de ellos haya explicado qué hacen allí los restos del dictador.
En este contexto, resulta asombroso que no hubiese previsto el Gobierno de Pedro Sánchez las dificultades y obstrucciones que tendría que abordar durante todo el proceso. Parece increíble que no hubiese calculado el cariz que podría tomar la oposición de los patriotas apesadumbrados por la exhumación del Caudillo (los confesos y los de tapaíllo). Merece un Deficiente en el boletín de notas por no prever que la Iglesia, tan celosa de lo suyo, ahora no le interesa adjudicarse propiedades y se pone democrática echando balones fuera casi por justicia divina. Merece quedarse sin recreo por ingenuo, si es que pensó que la familia del dictador ya no tiene poder y fuerza en este país. Y merece escribir cien veces en el Libro de Actas del Consejo de Ministros: ¿Y qué si los más rancios franquistas van a la Almudena a rendir culto al dictador? Serán muchos más los que no vuelvan a pisarla.
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