¿Estamos rodeados?

Demasiada propaganda directa, implícita, pública, privada, política y social hace que crezcan las sospechas

Cuando levanté la vista del libro, me di de bruces con el documental que estaban (im)poniendo en el tren a Madrid. Se titulaba Me llamo Violeta y, por lo que adiviné por las imágenes y los subtítulos, era una defensa o pedagogía de la transexualidad infantil. No me parecía (y se lo dije a la amable revisora) el documental fetén a media tarde en un tren con niños y sin que los mayores pudiésemos cambiar de canal o apagar el aparato. ¿No hay una norma de urbanidad que, por respeto mutuo y tolerancia recíproca, evita sacar temas polémicos, por muy legítimos que sean, en una reunión con desconocidos?

A la vuelta, abrí mi libro, levanté la vista y esta vez el documental de visionado obligatorio versaba sobre la moda masculina. Por lo que pude adivinar por los subtítulos y las imágenes, una de sus principales líneas argumentales es que la moda masculina fue antaño formal y varonil, pero que el progreso y locool iban a lo informal y a lo unisex o mucho más allá. Se exultaba, por ejemplo, al comprobar que las indumentarias de los desfiles del Orgullo desfilaban al fin en las pasarelas, etcétera.

Por supuesto, ya no protesté. ¿A quién, para qué, cómo? Empecé a percibir, yo, tan alérgico a todo lo conspirianoico, que no podía ser casualidad. Estaba leyendo The Madness of the Crowds, de Douglas Murray, donde advierte de las poderosas fuerzas políticas e ideológicas que quieren socavar la masculinidad, la relación entre sexos, la familia y, por tanto, la civilización occidental. Había llegado a él después de leer La filosofía se ha vuelto loca de Jean-François Bernstain, que expone (en los dos sentidos) los orígenes intelectuales de todos estos movimientos. Ninguno deja margen para la ingenuidad ni para creer en las carambolas.

La lluvia fina de propaganda en un sentido determinado es evidente y constante, virando a chaparrón. ¿No nos señalan con el índice diciendo: "El violador eres tú"? Pero, quizá por el aura de seriedad inherente a los documentales y porque estábamos encapsulados en el tren de alta velocidad y en cada coche había un montón de televisores repitiendo en cadena las mismas imágenes, la sensación distópica resultó aplastante. Cuando se abrieron las puertas y bajé al aire frío y levanté los ojos, recuperé el ánimo. Darse cuenta de que estamos rodeados es la primera condición para escapar, naturalmente -oh, las estrellas- por la única salida que dejan: por arriba.

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