Junio ha destacado siempre por ser un mes de principios (primeras salidas a la playa, vacaciones estivales, campamentos de verano, servicio exprés de abuelos a domicilio…). Sin embargo, últimamente destaca más por los finales de… que por sus estrenos.

Hace unas semanas terminaron el curso los estudiantes de Bachillerato y, antes de encerrarse para preparar su PEvAU (o Selectividad), celebraron su fiesta de despedida del instituto, de sus profesores y compañeros. Fue el pistoletazo de salida. Durante esta semana que comienza tendremos las ceremonias de Graduación de los pequeños de la Educación Infantil, de los de Primaria y de los de la ESO. Asimismo, han empezado ya los actos de los estudiantes que ponen fin a su vida universitaria. Y es que graduarse se ha convertido en algo más que una costumbre social, en algo más que un hábito…

La ceremonia de un acto de Graduación, en cualquiera de las etapas, encierra un profundo valor simbólico que, al repetirse cada año, ha llegado a convertirse en un rito. Por mucho que quiera negarse, parece que la sociedad sigue necesitando de ellos. No puede ser casual que los ritos tuvieran un importante papel en la Grecia Antigua por los valores morales que defienden y transmiten. Pocos eventos existen que, sin acatar religión o doctrina, consigan mantener las tradiciones y aceptar sus reglas.

El rito de graduarse corresponde a los ritos de tránsito. Para los estudiantes universitarios significa cerrar una puerta en la que ha entrado mucha luz y aire, por eso se acompaña de nostalgia, aunque traiga aparejado compañeros nuevos, contextos distintos, risas y lágrimas diferentes... Supone abandonar aquello en lo que se ha invertido tiempo, trabajo e ilusión. Por muchos beneficios que aporte, siempre quedará un rescoldo de soledad y pérdida, ese sentimiento que surge cuando se es consciente de que no hay vuelta atrás y, a modo de involuntario masoquismo, se guarda en algún espacio de la cabeza y del corazón los mejores momentos vividos.

Los procesos se terminan pero siempre quedarán aquellas inoportunas risas en mitad de una clase, aquella quedada en un gélido jueves de enero o la superación de aquella horrorosa asignatura que tanto tiempo estuvo atravesada. Cuando los estudiantes universitarios se gradúan, guardan, celosamente, determinados momentos vividos, seguros de que no volverán a repetirse y desechan los no deseados. Enhorabuena a todos los que habéis disfrutado del proceso en sí. Esa es la meta.

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