NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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La mitología o los cuentos son narraciones de ficción o situaciones nunca han sucedido. Con ellas se han deleitado, asombrado, tiranizado o aterrado los humanos a lo largo de todas sus eras. Han sido eficaces bálsamos ante el insondable misterio de la vida y el abismo del existir, jalonado y, para muchos, encadenado a la miseria y la dependencia del sometimiento de los semejantes y de la Naturaleza, desde la dureza del parto hasta el tránsito final de vuelta al polvo. La ficción y la fantasía, habladas o escritas, han jugado otro tipo de papel histórico: establecer la diferencia entre el bien y el mal, con sus premios y castigos inherentes.
Pero bajemos la bola al piso, que diría un futbolista argentino; hablemos de palabras y de cosas de andar por casa y charleta, de “bucles melancólicos”, un sintagma que dio título a un controvertido ensayo deconstructivo de Jon Juaristi sobre la mitología abertzale, que hace de los vascones una especie de pueblo hobbit, un territorio entre virginal, natural y celestial, pero, en vez de con enanitos de Tolkien, con indígenas recios y fuertes cual pedernales con patas; por humanos singulares conocidos por su amor por la paz, la agricultura y las comidas abundantes –de lo último cabe dar fe–. Como aquella obligación de la Constitución de Cádiz para los españoles de ser “justos y benéficos”, pero mientras que en 1812 se escribió como un deber cívico y patriótico, de fábrica lo traen las abstracciones excluyentes de los supremacistas de plomo y chistu, los del comercio post fenicio o el cimentado en viejas glorias imperiales (de fenotipo hobbit era Franco, tan de moda, ese perejil seco de todo guiso de marketing político biespañolista). Grupos de elegidos hispánicos unidos por los genes... ¡con lo chicos que son!
Ya bajando la bola al barro, vi a Ione Belarra repetirle una y otra vez a Sánchez en el Parlamento que “tenemos que reventar a la derecha”. Aunque ella es capitana de un tablón a náufrago, quiere decir “hola, ¡estoy aquí!, ¿recuerdan?”. Quiere reventar, no vencer con votos ni ser lasca de la leal oposición. Qué mejor que un enemigo. Belarra representa un feminismo sacro, de fe y voladura violenta del enemigo por el cual ese feminismo que promete metástasis a su necesaria causa primigenia. Un quedo mitológico y nada hobbit, ya que sí violento en la palabra. De momento. ¡Eh, somos los buenos; más que nada porque ustedes son los fatales!
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