Un respeto a los muertos

"Hasta para morirse hay que tener suerte, y estos tuvieron la mala pata de estrellarse en Huelva y acabar enterrados aquí"

Una de las cosas malas que tiene, supongo, que esparzan tus cenizas por ahí es que no estás físicamente en ningún sitio. Quien quiera hablar contigo no tendrá más remedio que hacerlo mirando al cielo, o quizás a un río, un jardín o vete tú a saber, sin tener muy claro si lo que queda de ti está exactamente ahí. Sin embargo también tiene cosas buenas, como por ejemplo que te evitas que dentro de cien años lo que quede de tu cuerpo se encuentre olvidado bajo una piedra gris y agrietada, e incluso cubierta de maleza. Porque no se engañen: uno, al final y salvo muy raras excepciones, termina siendo olvidado. Algunos antes que después, pero todos acabamos igual. Si no son tus hijos son tus nietos, o tus biznietos: terminarás bajo una lápida de nombre borroso. Yo lo asumo. Sé que no pasaré a los libros de historia, pero entiendan que no pueda pensar lo mismo de, por ejemplo, Philip Bernard y Geoffrey Lennox. Imaginen: soldados, jóvenes y valientes, británico el primero; australiano el segundo. Aliados. Andaban por los veintitantos cuando el avión en el que volaban, supongo que en alguna misión de reconocimiento, se estrelló cerca de Gibraleón. Héroes, si nos ponemos épicos, caídos cuando defendían la libertad del mundo frente a los nazis. La leche. Lo que pasa es que hasta para morirse hay que tener suerte, y estos tuvieron la mala pata de estrellarse en Huelva y terminar enterrados aquí. Sus restos descansan en el cementerio británico, que por entonces debía ser un buen sitio en el que estar pero que ahora se parece más a un vertedero que a un camposanto. Bueno, en realidad precisamente ahora no parece un vertedero, y todo porque un grupo de ciudadanos británicos residentes en el Algarve se han venido a limpiarlo. Lo contó hace unos días Antonio Carrasco en este mismo periódico. Los voluntariosos limpiadores, una docena, consiguieron acceder al cementerio (me los imagino caminando a codazos entre la maleza, cortando las gruesas ramas con enormes machetes, como en las pelis de aventuras) y se encontraron con algo incluso peor de lo que ya se temían. "Terrible", "una vergüenza" y otros epítetos que no pueden (o no deben) reproducirse aquí sirvieron para desahogar la indignación de los visitantes, que se pusieron manos a la obra y en un par de horas dejaron libre el camino que lleva a las tumbas de los dos pilotos de la RAF que mencionaba arriba y que el próximo 19 de abril recibirán allí mismo un pequeño homenaje por parte de una delegación de los gobiernos de Australia y Reino Unido. Ochenta años y aún hay quien los recuerda. Han tenido suerte en eso, al menos. Otros siguen allí, sus olvidados huesos, en tumbas ocultas por la hierba y el abandono, esperando que alguien se acuerde de ellos o que, como mínimo, se les preste atención. Quizás tuvieron muertes menos heroicas que las de Philip y Geoffrey, pero esto va más allá de la Historia o el patrimonio. Esto va de respetar a los muertos.

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