La otra orilla

víctor rodríguez

Los renglones torcidos

últimamente me ocurre mucho que al acercarme a la información, que es mucha y constante la que está disponible, no importa el formato, siento que las noticias me gritan, que están construidas desde la confrontación, que hay demasiado ruido a mi alrededor, donde información, opinión, adoctrinamiento y señalamiento al opuesto están tan cerca hasta llegar al insulto o el odio. Me pasa, cómo no, con el hartazgo del procés, la retirada de los Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, incluso con las consultas de los expertos en fiscalidad que atienden las dudas de los ciudadanos y donde me acabo de enterar que si el seguro de vida y de hogar está vinculado a la amortización del pago por compra de vivienda habitual, entonces tengo derecho a desgravación. De pronto siento la losa sobre todo lo que debería saber, por todo sobre lo que me debería preocupar, por todos los conflictos en los que me tengo que posicionar, a pesar de que estén tan lejanos de mi realidad cotidiana, en esta Huelva tan periférica y que, sobre la mayoría de ellos no tenga la menor posibilidad de transformación o influencia.

Y entonces me acuerdo de todos los renglones torcidos que tenemos alrededor; de todas las personas con discapacidad intelectual, como se dice ahora, y se me trastocan las prioridades. Ya no es importante el debate político o geoestratégico, lo importante es la relación, y, sobre todo, la relación amorosa, el contacto y la intimidad, mucho más allá que el discurso intelectual, que sólo sirve, como mucho, para reírse de manera surrealista. El éxito de la película Campeones del genial Javier Fesser, refleja la necesidad que tenemos de acercarnos al universo estrambótico, al estilo Cándida, P. Tinto o los anuncios de La Casera, donde se destila una sensibilidad que te llega al corazón sin cursilería, sino desde la humanidad.

Si se supone que, al final de nuestros días sólo se nos juzgará por el amor, es evidente que estamos perdiendo soberanamente el tiempo en tonterías disfrazadas de cosas serias e importantes. Estos chavales, con su perpetua sonrisa, nos miran con compasión y nos recuerdan que los renglones torcidos los escribimos nosotros, aunque sea desde el ordenador, en "Times New Roman 12". Ellos, me parece, tienen mucho más claro de qué va esto de vivir. Será por la conexión directa "con El de arriba", me imagino.

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