Visiones desde el Sur

El reflejo del espejo

Resulta que lo que de verdad ocurre es que nos hemos rendido colectivamente a los tiranos

Siempre hay personas que ríen y otras que lloran; unas que nacen y otras que fenecen; quienes pasan hambre y quienes nadan en una abundancia vergonzosa; quienes tienen por techo las estrellas o por manta las heladas matinales y quienes viven en palacios pagados con el sudor -e incluso hasta la sangre- del siempre sufrido pueblo; quienes caminan siguiendo la vereda de la solidaridad y quienes se ríen de la otredad pasándose por la entrepierna las leyes; quienes comen diariamente y quienes nada tienen que llevarse a la boca, en fin… en esto dicen que consiste la vida, esta vida mal estructurada por la ausencia de unos mínimos valores universales, que, a pesar de estar más que redactados por organismos internacionales, algunos -los de siempre-, en todo tiempo y lugar, encontraron los ardides, las rendijas por donde burlarse de los demás y de paso lucrarse hasta con las malaventuras ajenas, esos que denominamos despectivamente como los miserables y que tan bien dibujaron Víctor Hugo, Mariano Azuela (Los de abajo) y muchos otros.

Hay cosas en las que no deberíamos transigir ni un ápice. Pero, en esta época en la que navegamos, con el vértigo de la velocidad por bandera, sin principios rectores ni brújulas que nos orienten, alucinados por una masiva información que da igual sea verdadera como falsa, nos han arrinconado y condenado de antemano, dejados al albur de mediocres y listillos, que se han extendido como un tumor maligno… y ya solo quedan, para nuestra desgracia, las propuestas de los negocios y no de la racionalidad: del pensamiento estructurado; y pensamos que todo lo tenemos al alcance de la mano, que todo lo dominamos -con un clic en el ordenador o en nuestro teléfono inteligente-, y, resulta, que, lo que de verdad ocurre, es que nos hemos rendido tanto individual como colectivamente a los tiranos, porque hemos tirado la cuchara, nos hemos ablandado, acosados por una burbuja que nos engloba en un mundo de ilusiones compartidas, de verdades falseadas, de cuentos organizados en la trastienda del poder, que nos obnubilan, nos entretienen, que nos hacen olvidar lo importante: aquello que tiene que ver con la dignidad del ser humano, ese que es portador de derechos inalienables y que, sin embargo, está siendo ninguneado, cosificado, convertido en un número de una lista de números, un algoritmo sin cara y sin nombre, tierra fértil en la que abonar sandeces, cuentos y milongas de toda saya.

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