Mi reencuentro con Ricardo Bada

Leer a Bada es una grata 'conversación', algo similar a una charla culta y distendida

La revista Huelva Viva fue una atractiva y, como se vio después, arriesgada aventura. Cada número se abría con la Firma invitada de un escritor onubense que hubiera fijado su residencia fuera de Huelva. En mayo de 1996 recogía las palabras de Ricardo Bada que, desde Alemania, ponía ante los ojos del lector Las mil y una Huelvas de su recuerdo, entre las que destacaba la inglesa. Fue la primera noticia que tuve de este hombre de letras, radio, teatro y cine. Seguramente la colaboración le fue solicitada por José Luis Ruiz quien, por cierto, mantenía en el mismo número de la revista un intenso Cara a cara con José Luis Gómez, otro alemán. Yo no conocí en persona a Bada entonces ni tampoco después, aunque a veces oía su nombre en alguna conversación. Ni siquiera había vuelto a leer ningún otro trabajo suyo.

En una de mis incursiones por algún almacén de Huelva en el que, entre muebles desechados a la espera de nuevos dueños, se amontonan libros abandonados "porque ocupan demasiado espacio en la casa" (¿demasiado espacio físico o es que se lo negamos, aunque sea pequeño, en nuestra misma mente?), inesperadamente encontré un ejemplar de Me queda la palabra (Colección Enebro, Diputación de Huelva, 1998), de Ricardo Bada. Fue como toparme con un viejo conocido. Con él mantuve una grata conversación, pues leerle es algo similar a una charla culta y distendida. De hecho, reclama para las ponencias que le solicitan que se las designe con el nombre de fonencias. Al terminar la lectura de los veinte trabajos reunidos en el volumen, es probable que, como me sucedió a mí, sus lectores consideren que deben revisar sus opiniones a la luz de un enfoque basado en un incisivo análisis de los hechos literarios, que discurre con frecuencia por caminos poco explorados, descubiertos entre una maraña de lugares comunes que muchos dan por indiscutibles. Me han interesado especialmente los artículos sobre literatura iberoamericana, sin olvidar los excelentes retratos que realiza de Heinrich Böll y Günter Grass.

Ricardo Bada es sin duda bien recordado por las gentes de su generación. Pero creo necesario que su persona y su obra sean, pese a distancias físicas o temporales perfectamente salvables, conocidas por los más jóvenes. Es factible a través de su extensa obra publicada, que yo buscaré desde ahora, o de la red en la que tiene presencia muy activa. Ellos saldrán ganando.

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