Es un problema del hombre blanco que afecta a la gente de color". Esto es lo que dice Joe Biden, que fue vicepresidente de Obama, sobre el racismo que alimenta las tensiones en EEUU. Se lo achaca al lenguaje y los modos abiertamente xenófobos de Trump, pero también reconoce que ese racismo, basado en una lógica supremacista en beneficio de la sociedad blanca, siempre ha existido en su país.

¿Y aquí en España, somos racistas? No hablo de un racismo social, un problema de personas intolerantes que ahora crece impulsado por el rechazo a lo diferente de la extrema derecha. Pienso en un racismo más profundo, que da mucho más miedo porque está conectado con nuestro propio modelo civilizatorio: un sistema basado en la superioridad de unos sobre otros, que toma como excusa las diferencias raciales para establecer profundas discriminaciones entre las personas.

Las expresiones de ese racismo institucional saltan por todos lados. Es la lógica que justifica que los temporeros agrícolas no logren encontrar un alojamiento mínimamente digno; que adolescentes y niños sean reducidos a siglas y usados como chivos expiatorios en lugar de ser protegidos; que las leyes se endurezcan, que haya colas eternas ante las oficinas de extranjería, esas cadenas visibles de una burocracia agotadora y absurda; que hombres y mujeres trabajen en negro para sobrevivir mientras se demuestra el arraigo, y que ni siquiera cuando se logran los ansiados papeles puedan ejercer sus derechos ciudadanos al votar… Es la lógica de los ahogados cruzando el Estrecho mientras otros seres humanos que comparten la condición de extranjeros, pero con más de dinero en los bolsillos, son acogidos con entusiasmo en el mismo territorio; la lógica de los quemados en los incendios de los asentamientos, o de los que sufren abusos sexuales en los campos o en los centros de menores…

En medio de estas violencias cotidianas muchas personas tratan de sobrevivir con la mayor dignidad posible, sometidos cada día a un tratamiento discriminatorio y violento. Surgen colectivos que denuncian esa criminalización y advierten de un racismo del que no somos conscientes. Su resistencia, sus reivindicaciones, nos colocan de frente un espejo incómodo para que reflexionemos sobre esta política que les confiere condición de humanos a través de un documento de identidad. Y nos quedaremos dudando, quizás, la próxima vez que afirmemos que en España no somos racistas y que eso es cosa de Trump.

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