Hasta el rabo todo es toro

Usar el adelanto electoral como ventajismo partidista es una frivolidad

Por deformación profesional de analista político, me apasionan los adelantos electorales. Más leña para los artículos: pronósticos, estrategias, eslóganes, pactómetros, mítines y debates. Como ciudadano de a pie, sin embargo, tengo serios reparos.

La posibilidad de adelantar puede ser imprescindible para salvar situaciones extremas de bloqueo institucional. Fuera de eso, no debería caber. No creo que Juanma Moreno atienda especialmente a mis argumentos, pero ahora que él está sopesando la oportunidad de adelantar o no, los ofrezco, por si acaso.

El adelanto electoral transmite una falta de profesionalidad. Hasta el rabo todo es toro. Es como si, a mitad de la segunda parte, los futbolistas, hartos de correr arriba y abajo, decidieran jugarse el resultado a los penaltis. Las democracias con sus elecciones cada cuatro años ya imponen bastante cortoplacismo en la acción de gobierno. Hacen muy difícil que los políticos se embarquen en proyectos de largo aliento. Es un mal inevitable, tal vez, pero lo empeoramos si acortamos caprichosamente los períodos. Lo propio de un gestor comprometido sería querer aprovechar hasta los minutos de la basura para cumplir al máximo su programa.

Otro mal nuestro es la politización. Las campañas electorales son procesos de enfervorizamiento colectivo por el propio interés de todos los partidos. En cambio, los períodos de gobierno son oportunidades (aprovechadas o no) de despolitización, ya que el presidente, sea del partido que sea, lo debería ser de todos, le hayan votado o no. Un adelanto echa toda esa deseable neutralidad al traste.

El adelanto siempre es interesado. No existe ningún gobierno que convoque elecciones cuando no le conviene. El hábito de cambiar la fecha de las elecciones prioriza la búsqueda del interés particular partidista por encima del general. A la mosca detrás de la oreja del ciudadano común, se le da un argumento de peso para que siga pensando que los políticos van a lo suyo, pendientes de sus encuestas y su imagen.

Hay un argumento final utilitarista. Las campañas se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. Ocurre a menudo que uno hace sus cálculos y éstos le salen por la culata. El convocante podría quedar fácilmente como Cagancho en Almagro; además de que, incluso cuando le saliese bien, nadie le quita que fue juez y parte y que se buscó el momento más propicio. La elegancia y el fair play brillan por su ausencia.

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