Lo que quiero ser de mayor

Uno descubre que se pueden hacer muchas cosas, mucho más útiles y más dignas sin necesidad de alejarse tanto

Esto de decirle a alguien que eres periodista, sobre todo a quien no te conoce demasiado, tiene su gracia, a veces. ¿Tú eres periodista? Te espetan entre la sorpresa, el cachondeo y la incredulidad. Asientes y entonces te vienen con la retahíla de frases típicas: a cuántos famosos has entrevistado; po a mí me gustaría ser corresponsal de guerra; a ver si sacas a mi cuñao el ingeniero; a mí de los de Telecinco me gusta mucho Kiko, pero el feo no, el otro; yo de los periodistas no me creo na… Cosas así. Podría escribir una enciclopedia entera al respecto. Luego viene lo de ¿y dónde trabajas? Y tú le dices, por ejemplo, "en el Huelva", y entonces viene un Ah, un mirada lánguida, condescendiente, y la otra pregunta de rigor: ¿pero dónde te gustaría trabajar? Y en un alarde de romanticismo, respondo: "a mí, mientras me paguen...", a lo que el otro, otra vez con la condescendencia, te suelta que hombre, ya, pero que se refiere a si no quiero hacer cosas importantes y chulas, dando por hecho que escribir en el Huelva, por ejemplo, no es importante ni chulo. Normalmente, en este punto hago un quiebro, le meto un buchito a la cerveza, sonrío y cambio de tema. Pero hoy no. Hoy le diré que si cree que no es lo suficientemente importante hablar de los problemas del parque de su barrio, de una infraestructura esencial que no llega a la ciudad, de cómo está el paro en la provincia, de cómo se vive en una aldea perdida en la Sierra, de en qué circunstancias se educan los niños de los pueblos, de cómo ha jugado el Recre, de cuántos médicos faltan en el centro de salud de al lado de casa, del concierto o la obra de teatro que llega el próximo sábado… Le diré si no le parece chulo contar cómo se hace un queso en Santa Bárbara, ver cómo trabajan las encajeras de la Sierra, grabar una voladura en la mina, subirse al campanario de San Pedro a fotografiar la única campana que sobrevivió al tsunami, contar cómo funcionarán los drones del CEUS, seguir al minuto el rescate de un coche hundido en el agua, conocer la historia de nuestro fandango o lo que comían los primeros onubenses que viajaron a las Indias, entrar en una antigua casa encantada... Es verdad que cuando uno decide hacerse periodista cree que acabará narrando los partidos del Madrid, cubriendo un terremoto en Libia, haciendo un reportaje sobre el último ascenso al Aconcagua o, ya a lo loco, entrevistando a estrellas de Hollywood en la alfombra roja de los Óscar o prácticamente contando los votos de las presidenciales americanas. Por supuesto también están los que destaparán el próximo Watergate y los que cambiarán el mundo con su informe sobre la toxicidad del Círculo Polar Ártico. Luego los años ponen a cada cual en su sitio, claro, y uno descubre que se pueden hacer muchas cosas, mucho más útiles y, si se quiere, de una manera mucho más digna sin necesidad de alejarse tanto. A lo mejor ya se me ha pasado la fecha, pero si alguien me preguntara a estas alturas que qué quiero ser de mayor tengo clarísimo lo que respondería: yo de mayor quiero ser periodista local.

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