Los hombres, mujeres y niños que consideran a España como destino soñado, (no precisamente por vacaciones), llegan a nuestro país en pateras, procedentes del continente africano la mayoría y sin papeles. Anhelan un puente hacia Europa, que los distancie de una vida miserable aunque sea poniéndola a riesgo. Sus respectivos países agradecen que salgan, ya que así disminuye el número de bocas que alimentar.

Muy diferente es la situación de los que vienen con contratos bajo el brazo en primavera, durante la campaña de los frutos rojos. La mayoría son mujeres marroquíes (parece que este año se ha superado la cifra de quince mil) que se consideran muy afortunadas por disfrutar de ese trabajo, que dará de comer a su familia durante todo el año.

Esta temporada, por si no fuese suficiente con las mafias que organizan los viajes en pateras o con las condiciones infrahumanas de vida en las chabolas, el implacable destino nos ha obsequiado con una pandemia que ha colocado a estas mujeres en el blanco de la diana de víctimas, si no del virus, de la mala suerte. Una vez terminada la campaña, y viendo muy cercana la vuelta a su país, se encuentran no sólo con las fronteras cerradas, sino con una cadena de obstáculos para regresar. Más de 7.000 mujeres, con su contrato en origen, han deambulado por la provincia de Huelva, sin tener claro a quién dirigirse para salvar esta situación. Marruecos pretende que viajen hacia Francia (1.400 kilómetros) y desde allí a su país natal, dando lugar a una situación esperpéntica como otras tantas que ha habido que salvar.

En este momento, y después de demasiados días desesperanzadas, parece desatascada la situación y organizado el retorno de estas desafortunadas mujeres. Aunque tarde, la Junta de Andalucía va cumpliendo con los protocolos sanitarios, con PCR incluido, y los empresarios con sus gestiones contractuales. Ambos se enorgullecen y presumen (con razón) de la organización del proceso y de la buena sintonía entre ambas partes. En esta ocasión, y sin competencia para ver quién da más, ambas partes se autofelicitan y felicitan entre sí efusivamente.

¿No sería ahora un buen momento para recordarles al Gobierno andaluz y a las empresas implicadas, las deplorables condiciones higiénicas y de seguridad de los que viven en asentamientos porque no han tenido la suerte de ser contratados? ¿No sería oportuno darle un repasito a los Derechos Humanos que aprobó la ONU? ¿Será cierto eso de que cuando se quiere, se puede?

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