La otra orilla

VÍCTOR RODRÍGUEZ

NO me quieras tanto

Hoy que todo se retransmite en tiempo real, que se alardea de dónde se está, con quién se está, y de lo maravillosamente bien que nos va en la vida, el compartir y la solidaridad no iban a quedar al margen del foco de la imagen. Vayas por donde vayas hay una placa, un azulejo, una escultura, que recuerda que la inauguración de esto o de aquello se hizo gracias a fulano, a la empresa o administración tal o cual, a la junta directiva presidida por… todo el mundo quiere pasar a la posteridad dejando claro lo que hicieron, o lo que aparentemente hicieron, mucho logo, mucho membrete, mucha insignia. La vanidad es, junto a la gula, uno de los principales pecados capitales de nuestra era.

Encontrar ayuda en el anonimato resulta mucho más difícil, la oreja pegada que escucha la necesidad y que hace lo posible por solucionarla sin hacer mucho ruido. Esa gente suele ser más de compartir y de sentir la importancia de aquello en lo que colabora que de conjugar el verbo hacer con un megáfono, ya saben: yo hago, nosotros hacemos. Hay mucho proyecto social de envergadura, de esos que no cierran por Navidad, ni los fines de semana o puentes, a los que acuden las visitas institucionales el día de su inauguración, ese día en el que todo está presentable y recogido para, acto seguido continuar con la agenda pública y que no volverán a pisar en la vida. Despedida la visita se quedarán a recoger los convencidos, los que perseveran, quienes están los días malos, los días de bronca en la puerta o cuando faltan los recursos para terminar el mes.

Me caen mal las promesas de un día, la gente que piensa que un albergue de temporeros, una residencia de paralíticos cerebrales, un comedor o una comunidad terapéutica de personas con patología mental se mantiene con la "campaña de Navidad", con una subvención de tres mil euros o con una verbena de montaditos de lomo. Si de verdad me quieres, demuéstramelo, no sólo el día de la foto, y acompáñame para poder mantener el proyecto, da igual el que sea, la justicia y la dignidad tienen infinidad de lugares a los que acercarse. No todo es cuestión de capacidad económica: si tienes una habilidad ponla al servicio, si conoces a alguien, preséntamelo, si te enteras de algo bueno, no te lo calles, si tienes posibilidad de dar un capricho o un descanso, dalo, que no todo son macarrones. No me quieras tanto, demuéstramelo, será la mejor manera de sentirlo.

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