Dos provocaciones (y II)

Las leyes de nuestro país admiten la posibilidad del cambio de sexo y todo lo que ello conlleva

Hablábamos la semana pasada del revuelo causado por la parodia de una tradición cristiana en la Gala Drag Queen de los carnavales canarios. Simultáneamente, escandalizaba, esta vez en círculos considerados progresistas, la leyenda que un autobús fletado por la asociación Hazte oír lucía por las calles de Madrid: "Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo". En primer lugar, hay que decir que el mensaje es erróneo, pero su contenido no es para rasgarse las vestiduras, como muchos han hecho. A la luz de la medicina y de la psicología actuales, el mensaje en cuestión es fácilmente rebatible. Si aceptamos que las personas poseemos un componente corporal y otro psíquico, si bien estrechamente relacionados, es cierto que en algunos casos no hay concordancia entre ambos. La ciencia genética descubrió hace mucho tiempo que la combinación de cromosomas XX correspondía a las mujeres y la XY a los hombres, pero existían otras, como XXY, que podían corresponder a "otros sexos". Además hoy se admite que la identidad sexual no tiene por qué corresponder exactamente a la identidad de género, siendo posible que un ser humano concreto se identifique con el sexo biológico que se le asigna al nacer, con el otro sexo dominante, con ambos, con ninguno,… Afortunadamente, las leyes de nuestro país y de muchos otros desarrollados, en el contexto del respeto a los derechos individuales y de las minorías, se han ido abriendo cada vez más a esta diversidad, admitiendo la posibilidad del cambio de sexo y todo lo que ello conlleva.

Los que defienden la tesis del autobús forman parte de ese colectivo de personas que se resisten, de forma bienintencionada pero más visceral que racional, a aceptar los cambios de una sociedad en transformación acelerada y, faltos de flexibilidad, no están dispuestos a revisar las tradiciones que ellos legitiman por el mero hecho de que lo son. Pero esto no es motivo suficiente para demonizarlos ni para impedir que expresen libremente sus ideas, por equivocadas que parezcan. Más que condenas lo que necesitan es que se les muestren los dramas personales que en generaciones anteriores ha generado la intolerancia y lo que niños y adultos diferentes y sus familias ganan con la normalización de los diversos casos transgénero. Es esta otra forma de respeto a la biodiversidad.

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