A propósito de la eutanasia

Sorprende el apoyo tan decidido de partidos conservadores como el PNV o transversales como Ciudadanos

La semana pasada el Congreso inició el proceso de aprobación de la Ley de la Eutanasia con amplia mayoría de la Cámara, lo que da una idea de su próxima culminación. En la línea de declaraciones de brocha gorda que acostumbra nuestro mediocre Parlamento se suceden las previsibles de unos y de otros, entre las favorables muchas exultantes (nunca la antipática muerte ha despertado tantas simpatías) y algunas pasadas de rosca en las contrarias. Si acaso, sorprende el apoyo tan decidido de partidos conservadores, como el PNV, o que (todavía) pretenden a votantes con un cierto perfil transversal, como Ciudadanos.

A mí con la eutanasia me pasa un poco como con el aborto o la gestación subrogada. Me posiciono en contra, no tanto por una cuestión dogmática o tradicional, sino por un concepto de la persona en toda su extensión, con sus límites y debilidades, más allá de modas y convenciones. Claro que es doloroso ver sufrir a un enfermo en los últimos días (o meses, o años) de su vida, y nadie debería echar en cara a una mujer su decisión de abortar sin conocer los motivos. Si atendiéramos cada caso por su elemento subjetivo, la solución más eficaz (que también sería plural y democrática) podría ser la administración de la muerte, por qué no.

Esa eficacia, además, la vemos también en muchos países avanzados. Ahora bien, ¿es justa? Hace unos años, el entonces Cardenal Ratzinger ya nos alertaba: "No es la verdad la que crea el consenso, sino el consenso el que crea no tanto la verdad cuanto los ordenamientos, y es la mayoría la que determina lo que debe valer como verdadero y justo". Es en esta imperfecta relación entre verdad, justicia y democracia donde radica el problema, y hay que reconocer que, por encima de partidos e ideologías, ya sea por falta de confianza, comodidad o simple pereza, ha habido falta de esfuerzo para argumentar, para buscar consensos (los hay en la medicina paliativa y en el rechazo al encarnizamiento terapéutico) sin menoscabar la verdadera dimensión del hombre.

Después, cuando los diputados aprueben con su voto la posibilidad cierta de que la vida de una persona pueda acortarse desviándose de su cauce natural, asistiremos impasibles a la celebración de un paso más en el progreso de esta sociedad democrática, moderna y avanzada, disfrazando de victoria lo que no es más que otra derrota de una humanidad en declive.

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