Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

A la propia mayor gloria

De la vida de estudiante te quedan, indelebles, unos pocos recuerdos, que por lo general vamos mitificando. Con el tiempo, te asaltan serias dudas sobre su verosimilitud: ¿me habré montado una película? A veces, al tropezarme con un compañero de colegio o de facultad, me sorprendo al oírlo relatar algo que, según yo atestiguaría, nunca ocurrió (e igual le sucederá a él con mis propias efemérides de cabecera). Nos gusta dar por reales ciertos sucesos, aunque podríamos apostar a que no son más que una típica confusión humana, esa que hace modelados de realidad de la pasta de los deseos y las aspiraciones. Da vértigo pensar que la historia se haya en parte escrito y narrado con exageración y partidismo. O reescrito a la contra y con rencor.

Nos podemos renegar de los propios recuerdos -algunos, anclas de nuestra vida-, quién sabe si como un replicante de Blade Runner que mira la foto de la madre que sospecha o sabe que nunca tuvo. Y solemos revolvernos en redondo ante las personas que recrean la historia para su propio medre o relumbrón, normalmente junto con acólitos de alta cualificación en en el cremoso arte de dar coba.

Si es del género alucinógeno que un dictador pícnico y algo amanerado se escriba un biopic para ser protagonizado por un actor bello de ojos azules -pongamos Franco y Alfredo Mayo en Raza-, peor es que quienes medraron con las artes que hicieran falta y con pocos y flexibles principios, movidos por el afán de ser alguien y ser visible y forrarse, acaben creyéndose poco menos que un híbrido Jesús de Nazaré, Bill Gates y Winston Churchill. Disculpe la Compañía de Jesús el abuso de su lema, Ad maiorem dei gloriae: a mayor gloria de dioses escasos.

Es tierno recordar, para dormirte o contarlo en una barra, un gol normalito como si lo que metiste hace mil años hubiera sido una virguería maradoniana o un golpeo de Cruyff con el exterior. O incluso inventarte una pequeña proeza -inocua, a la postre- que acabas creyéndote tú mismo a base de cascarla a las primeras de cambio. Qué puede haber más tierno que ser condescendiente y hasta jalear a un buen amigo o un hijo cuando cuentan sus mitos y leyendas de andar por casa.

Vienen tiempos de promesas encendidas y de certezas a la violeta, vienen elecciones. Refugiémonos del ataque indiscriminado del autobombo para la audiencia de arrobados palmeros, creámonos nuestras mentirijillas inocentes, huyamos como podamos de los cantos de las sirenas de mitin. "Vanidad de vanidades; todo es vanidad", lo dice la Biblia. ¡Es Cuaresma, oiga!

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