5º Domingo de Cuaresma

Manuel DOMÍNGUEZ / SALCEDO

'De profundis'

DE profundis clamavi ad te, Domine" (Sal 129). Este es, este ha de ser, el pensamiento del cristiano y del cofrade en este domingo de Cuaresma.

El mundo de hoy, descreído, agnóstico, relativista, es un mundo que grita, sin saber a quién.

No hay más realidad que la satisfacción inmediata, el goce personal, exclusivo y excluyente, huyendo hacia adelante, camino de la muerte, de la desaparición en la nada.

Y cuando la satisfacción nunca llega, cuando el goce material hastía, el hombre grita... sin que a sus oídos llegue respuesta alguna.

Ante esta realidad, es misión de nosotros, los cofrades, dar testimonio cristiano de nuestra fe, demostrando que sí hay respuesta, que sí hay salida.

Si recordamos a un personaje clásico, la figura de Don Juan, vemos cómo el Don Giovanni de Mozart, es condenado al abismo por sus pecados. Frente a él, Zorilla hace que su Don Juan Tenorio se salve: "...un punto de contrición da al alma la salvación" y "...es el Dios de la clemencia el Dios de Don Juan Tenorio", son dos frases que marcan la diferencia entre ambos personajes.

Esa es, para nosotros, la respuesta al grito del hombre: la muerte no es el último acto.

Cuando estamos en lo más profundo del abismo, sintiéndonos abandonados, condenados, solos, a nuestro grito responde el amor de Cristo.

Hay una salida del abismo, vertical, a través de la Cruz, de la Vera Cruz de Aquel que nos redime por amor.

Cuando, dentro de pocos días, pasemos ante las puertas del templo de la Purísima Concepción y veamos, allá al fondo, en el altar, la figura suave, callada, reposada como si durmiese un dulce sueño, del Cristo de la Vera Cruz, pensemos lo que su presencia allí significa, lo que su efigie nos recuerda: sabía cómo somos, oía nuestra voz... y nos salvó, amándonos hasta la muerte; y no una muerte cualquiera, sino una muerte de cruz.

Y cuando se nos haga presente en nuestro interior, en ese momento de la estación de penitencia, esa Verdad, aceptemos nuestros delitos, nuestros fallos, nuestras debilidades, porque forman parte de nosotros. Aceptarlas, como Él las aceptó, significa perdonarnos, querernos, respetarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes.

Desde lo más profundo del abismo le llamamos... y Él, con Su Pasión, Muerte y Resurrección, nos respondió. Y desde su Vera Cruz nos elevó y nos recató de las tinieblas.

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