Convertido en un templo, la espadaña del Real Teatro repicaría la hora exacta en que Manuel Marín de Vicente-Tutor tomaba la palabra para hablarnos, para hablarse, del misterio de Dios, de su Pasión, Muerte y Resurrección.

El pregonero, hijo de pregonero, creyente y comprometido, nos hizo ver que el trazo de un círculo por miles de veces dibujado, siempre sería inexacto, inconcreto, falible, a no ser que, carente de cualquier determinismo, cualquier materialismo científico, cualquier bosón de Higgs, empecinado en buscar la incalculable infinitud del Resucitado, acordara con Él un encuentro en plenitud de lo insondable.

Para ello, estableció un simple condicionante, huir del puro racionalismo y abrazar el oculto regazo de la fe, como ese identitario de nuestro credo. El relato esbozado por éste penitente de la trabajadera no es más que esa confirmación del legado que heredamos de nuestros mayores desde hace cuatrocientos años y hemos perpetuado a través de los tiempos. La potestad de declarar nuestra penitencial entrega a esos Cristos exánimes ante la muerte y a esas Dolorosas ante el lecho de la Cruz.

El auténtico círculo, aquel que nunca nos abandonará, se halla en ese imponderable de la fe que sigue acumulando el silencioso duelo de nuestra advocación más íntima y cofrade, que nos persigue y nos deleita con la llegada de cada primavera: una oración con hábito de cera, la alegre pesadumbre del costal, el privilegio de seguir caminando junto a aquel Nazareno por el alba de la vieja Placeta, por los tiestos hirientes de Madreana, por aquel Palmeral tan mercedario como judío, por esa "marcha" escrita en la sagrada partitura, por esas levantás, chicotás y revirás de alabanza con que alabamos los divinos misterios, con esa ofrenda adoradora de lirios, alelíes, azuzenas y rosas, con esas blondas, sayas y brocados manto.., con ese incienso santificador.

El pregonero, con años bajo el palo, hace pública confesión de hermandad y mira a Huelva como esa tierra santa donde la gracia se recrea entre las bambalinas y el varal, añadiendo que "quien no la haya visto nunca porque nunca la vio, descubriría en ella el candelero encendido para guiarnos hasta el eterno pan de Dios.

Termina declarando públicamente ser cofrade, onubense de cuna y costalero de Dios. Pide que no paremos y sigamos de frente, para nunca despertar de este sueño. "El círculo se ha cerrado".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios