El pregón

Eduardo Sugrañes desplegó una perspectiva carismática que hizo vibrar el nervio de quienes sienten estos días

Lo vi a través la televisión. Lo he leído después siguiendo detalladamente el texto. La televisión permite un acercamiento al pregonero, a seguir más sensiblemente sus gestos, su expresión para exaltar la Semana Santa. Leído el texto he tenido una mejor perspectiva para considerar la densidad del pregón que el pasado Domingo de Pasión proclamó nuestro querido amigo y compañero Eduardo J. Sugrañes. Ello me ha permitido valorar la dimensión exacta de tanto sentimiento derramado a lo largo de tan sugestivo discurso y tan esplendoroso enaltecimiento de nuestras celebraciones pasionistas. Era todo un reto al que se enfrentaba el orador ante un pregón aplazado en otro año aciago en el que no hay procesiones en la calle y la ciudad vive huérfana de unos acontecimientos profundamente arraigados, de tanto poder de convocatoria como son sus desfiles procesionales y tan diversos acontecimientos y emociones como vive nuestra capital.

Pero Eduardo Sugrañes salió airoso de este trance y lo hizo articulando de manera distinta la estructura del pregón, variando sus esquemas clásicos, armonizando sensiblemente los cauces líricos y emotivos de su brillante exposición. El pregonero, poseedor de un bagaje múltiple y privilegiado de la Semana Santa onubense prodigado en una extensa bibliografía, en una copiosa hemeroteca, imprescindible para cuantos quieran conocer e investigar estas celebraciones, nos emocionó con su singular y original visión de una liturgia urbana que sacraliza las arterias ciudadanas: "Las calles también hablan de Dios", dijo el pregonero. Asomado al "balcón del cielo cofrade", desplegó una perspectiva carismática y pasionista que hizo vibrar el nervio y el espíritu de quienes más entrañablemente sienten y viven estos días santos.

Ser pregonero es un orgullo, una gran responsabilidad. Eduardo Sugrañes, lo ha sido por segunda vez y sabía de la trascendencia de este pregón histórico. Como tal lo ha afrontado "de chicotá en chicotá", como dijo el presiente, Antonio González en su presentación. Una prosa inspirada que elude el verso fácil y sentimental. Una poesía emanada de la métrica mística del discurso, de la magia de la trama más expresiva, de la esencia misma de la palabra y la sublimación del relato. El libro, un hito en las publicaciones pregoneras, acorde con el pregón, se engrandece, se enriquece con los dibujos de Juan Carlos Castro Crespo, impresionantes, soberbios, poderosos. Con los rasgos firmes y la personalidad inconfundible que el artista ha sabido dotar a su obra pictórica

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