Se va afianzando el otoño. Vivimos una estación bella para la ciudad, aunque los arboles de los parques se desnudan de sus hojas, aunque el tiempo nos juegue con sus combinaciones de sol templado, chaparrones y nubes, aunque ya se nos anuncia el cambio de hora y los días se acorten y las noches se alarguen, aunque el espíritu sienta un eco de melancolía y la vida se nos haga más cansada en la lentitud de un tiempo distinto.

Octubre, el mes de nuestras añoranzas históricas con sabores colombinos, se va y aquel verano luminoso de sol, calor y bullicio se nos va quedando en el recuerdo, como una postal de un ayer cercano.

Miro a mi playa y la veo vacía. La arena lucha por mantenerse quieta aguantando los embistes de las mareas. Ha desparecido la alegría de los paseos al atardecer porque las sombras del anochecer llegan antes. La humedad se hace mas cortante y el sol que se acerca mas calienta menos.

Este ambiente general me hace pensar la razón de una soledad en estos meses, hasta que llegue la primavera y todo vuelva a renacer. Llevamos muchos años sintiendo un vacío turístico que no tiene porque existir. Unos dicen que el clima de invierno aleja las visitas, otros que no hemos sabido crear un ambiente de recreo apto para invitar a los forasteros. El tema merece reflexión y estudio porque en los tiempos que vivimos todo se puede realizar si ponemos interés.

Siempre he creído que es ahora cuando tenemos que actualizar nuestro calendario de actividades para que la costa pueda levantar cabeza en cualquier mes del año, pues atractivos no le faltan.

Es hora de prepararse para los naturales vendavales del invierno, de arreglar y preocuparse de la infraestructura, de arreglar las carreteras, de lavarle la cara a la imagen general que atrae al turismo. Pero ya verán ustedes como terminado el verano nadie se acuerda de nada hasta que llegue el próximo y entonces vendrán las prisas, los parches de urgencia y las protestas y quejar de todos por doquier.

Es hora de que todos los Ayuntamientos hagan, o mejor dicho tengan ya formalizado, un plan de las necesidades en falta, de los deterioros sufridos, de las incomodidades nacientes, en fin de una planificación que la mayoría de las veces se olvida.

Gracias a Dios, solo a El, la provincia está llena de encantos naturales que dan juego para todas la estaciones y para todos los meses del año. Los mismo la Sierra, que la Costa, que la zona minera son viveros de bellezas, que ahora abandonamos y el paso del tiempo irán haciendo que el olvido las arrinconen.

No intentemos nuevamente vivir del cuento de la lechera, aprovechando las ventajas de los meses mejores y… ¡hasta el año que viene! Huelva tiene todo los ases de la baraja en sus manos, pero no sabe jugarlos. Los mismo que con esfuerzos, voluntad y suerte estamos saliendo lentamente de la pandemia, que la Administraciones pongan el mismo empeño en calentar el motor de una planificación justa y ordenada. Es el único camino.

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