¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Sí al pin

El pin parental puede ser una buena idea siempre que se use con la debida regulación, moderación y justificación

Por mucho que a Podemos le ha dado por repeinarse y poner cara de repelente niño constitucional, a veces no puede evitar enseñar el rostro hirsuto de izquierda autoritaria. Fue lo que le pasó el pasado viernes, en la habitual rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, a la verborreica ministra de Igualdad, Irene Montero, que dará momentos de gloria en los próximos tiempos. Como recodarán, al Ejecutivo (el mismo que es todo amor y negociación con los secesionistas catalanes) le dio por ponerse farruco con la comunidad de Murcia por su intención de implantar, a petición de Vox, el pin parental en las escuelas, que consiste en la posibilidad de que los padres puedan vetar la asistencia de sus hijos a actividades escolares complementarias. No se trata, como algunos argumentan tramposamente, de que los sufridos progenitores puedan impedir la enseñanza de la evolución humana o el binomio de Newton, sino de evitar que a sus hijos, con la excusa de la enseñanza de la pluralidad y la diversidad, se les adoctrine en contenidos morales e ideológicos, a veces extremos y extravagantes, que poco tienen que ver con la Constitución, los derechos humanos y el respeto a los demás y sus opciones vitales. En el gremio de los pedagogos, como en todas las profesiones, hay tontos peligrosos (ejemplos ha habido unos cuantos), y se trata de dar alguna herramienta para que los padres puedan esquivarlos.

El pin parental, cuya aplicación ya se estudia en Andalucía y Madrid, es algo que puede ser beneficioso siempre que se aplique con la debida regulación, moderación y justificación. Y no, no es como decía un periodista de La Vanguardia una ofensiva contra la escuela pública, entre otras cosas porque los mayores enemigos de ésta son aquellos que la banalizan y desacreditan con contenidos impresentables que poco tienen que ver con la cultura, la ciencia y los valores democráticos.

Pero queríamos hablar de la ínclita Montero, quien en un momento de apasionamiento de la rueda de prensa disparó aquello de "Los hijos de padres y madres machistas tienen el mismo derecho a ser educados en libertad, en el feminismo…" Ahí es donde surgieron las orejas del lobo, la vieja desconfianza de los robots ideológicos de la izquierda hacia la institución familiar. En su ayuda, acudieron la degradada Isabel Celáa ("los hijos no pertenecen a los padres") y Ávalos: "Los padres no tenemos derecho a decir qué tienen que pensar nuestros hijos". Esto último es cierto, pero tampoco lo tienen los profesores, el Estado y, ni mucho menos, el Gobierno de Progreso.

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