La pica en Flandes

Como bien saben Puigdemont y su damnificado Mas, el poder no es algo que se comparta

Cae la nieve sobre una mitad de España, cae la nieve "sobre los vivos y los muertos", como quería Joyce, y entre tanto el catalanismo ha ideado una suerte de fábula electoral, algo así como la "materia de Bretaña" de Geoffrey de Monmouth, pero transplantada a Occitania y con Puigdemont en el papel de Rey Arturo. Obviamente, los Caballeros de la Mesa Redonda serían aquella asamblea de electos que ya se presentó en Bruselas para poner una pica en Flandes y pasear el bastón por las Europas. Con lo cual, sólo quedaría saber quién será la reina Ginebra, la trenza rubia y el mar en los ojos, cuyo amor se divide entre Arturo y Lanzarote, entre el presupuesto autonómico y el temblor patriótico. Y es aquí donde uno entiende, donde uno sospecha que será doña Elsa Artadi, Belle Dame sans merci, y no la infortunada Rovira, quien traicione fatalmente al noble Arturo.

Quiero decir que un gobierno simbólico, la pica en Flandes que el nacionalismo quiere volver contra España, funcionará inevitablemente contra ellos mismos. Si el propio Parlament es incapaz de ponerse de acuerdo sobre su candidato, un Parlament por duplicado, con el prestigio que da ser un símbolo, un prócer, un exiliado con cargo al erario público, no haría sino centuplicar las dudas y contradicciones en las que hoy naufraga el independentismo. Como bien saben Puigdemont y su damnificado Mas, el poder no es algo que se comparta. De modo que el futuro president quizá acepte algunos consejos, quizá tolere algunas exhortaciones de Arturo de Bruselas y sus caballeros del bastón errante. Pero pasados el fervor y el vértigo de los primeros días, el gobierno simbólico sucumbiría a su consustancial e ineludible intrascendencia. Y ello no por una particular inepcia de la grey cantonalista (que también), sino porque los símbolos simbolizan, pero no gobiernan. Para gobernar, esto es, para equivocarse y rectificar y abismarse en el derecho administrativo, es mejor que se opte por un candidato con estudios y con cierta propensión a la flexibilidad y el trueque. ¿Es este el caso de doña Elsa Artadi, joven instigadora del procés, pero sin la mácula y el apremio de la Justicia? Pudiera ser. Lo que queda claro es que Camelot no se parece en mucho a un consejo de ministros.

Otra opción sería dejar al señor Puigdemont en paz, con su incierto futuro a cuestas. Pero eso significaría hacer política. Y nadie quiere hacer política cuando existe la posibilidad de hacer mala literatura.

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