¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La "permanente"

La sociedad necesita instrumentos con los que sentirse protegida. La prisión permanente es uno de ellos

La noche era fría y el taxista amable, tanto que accedió a poner el programa de una radio de difusión nacional de reconocida línea editorial progresista. Se hablaba -la actualidad manda- del asesinato de la joven Laura Luelmo y de la defensa de la prisión permanente revisable que había hecho Pablo Casado en el Parlamento. Los tertulianos, y especialmente la conductora del programa, no parecían simpatizar ni con el líder del PP ni con la existencia de esta pena, la máxima que contemplan nuestras leyes. En un momento determinado, la locutora anunció la entrada en antena de un catedrático de Derecho, quien no tardó mucho en descalificar con palabras gruesas a todos aquellos que defienden la "perpetua": "Son unos oportunistas, demagogos e ignorantes". Tras hacer una encendida defensa de la reinserción de los presos, la periodista le preguntó qué medidas proponía él para evitar asesinatos de mujeres especialmente atroces, como el ocurrido en El Campillo. Entonces, el docente aclaró la garganta y dijo con tono de sabio: "Implementar políticas sociales eficaces y, por supuesto, no dejar que maten a las mujeres".

El párrafo anterior no es una broma, no se nos ocurriría hacerla en momentos así, pero indica el pensamiento naif de nuestra progresía ante casos como el de Laura Luelmo. Somos conscientes de que estamos pisando un campo minado, de nuestro desconocimiento en materia jurídica, de que la prisión permanente revisable no es una varita mágica y de que hay intereses políticos tras su defensa. Pero también de que la sociedad necesita instrumentos penales para castigar con dureza a criminales especialmente peligrosos, para sentirse protegida y resarcida de agresiones como la de El Campillo.

Con demasiada frecuencia se recuerda la sentencia de Concepción Arenal de "Odia el delito y compadece al delincuente". En general, la máxima puede ser válida para un ratero, un evasor fiscal o, incluso, un asesino, pero no para alguien que primero mató a machetazos a una anciana y, años después, presuntamente, secuestró, violó y asesinó a una joven. A la vista está que las terapias que se emprenden en las cárceles, que sin duda serán exitosas en muchos casos, tienen sus límites. En el excesivo optimismo de los abanderados del progresismo siempre vienen bien algunas gotas de pesimismo hobbesiano para ser conscientes de que el problema del mal no se resuelve con dinámicas de grupo y bonitos pensamientos. Mientras esto no lo comprenda cierta izquierda, seguirá perdiendo prestigio a pasos agigantados. Intentar derogar la prisión permanente revisable es dejar más indefensa a la sociedad.

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