Cambio de sentido

No te lo perdonaré jamás, Dickens

Podemos escaquearnos de la Semana Santa o de la Feria; en cambio, es imposible huir de la Navidad

Diciembre es un mes estrafalario. Misericordioso, en tanto que concede ciertas treguas y asuetos en los días y el talante de la peña, pero estrafalario. Las ciudades suben a tope su lumen, volumen y perfume, mostramos tolerancia ante el oropel, el argempel y el brilli-brilli, y con que el centro histórico trueque plenamente en comercial. Esto sí que es un crisol de culturas: los sonidos de cascabeles de renos invisibles se mezclan con la voz de pana de Pepe Isbert llamando eternamente a Chencho. Todo es un barullo de narices. La vida se convierte en una gran garrapiñada. Quienes se revuelven contra Halloween por gringo, ya pueden rebelarse contra la Navidad tal cual nos las envuelven hace décadas. Cada año añadimos una "tradición" o una superstición más al horror vacui navideño: lotería, bragas rojas, cenas de empresa, amigos invisibles, Tardevieja, regalos para todos… En estas fechas, la exaltación del amor y la amabilidad deja de ser opcional, y raya por tanto la insinceridad o directamente el chantaje. Tanto afecto repentino se promueve básicamente en nombre del despilfarro -término que algunos se esfuerzan en confundir perversamente con la palabra prosperidad-. Este año, para colmo, nos impelen a comprar con mucha anticipación, vaya a ser que otro arramble antes que tú con las existencias: no te quedes sin tu consola, consolador o langostino. La cultura de la escasez la practican quienes creen nadar en la abundancia. Para compensar, se añaden unos toquecitos de solidaridad o caridad. Al fondo queda una idea desvaída de lo sagrado.

Quien decide quedar al margen de las celebraciones navideñas se convierte automáticamente en el avaro y antipático señor Scrooge del Cuento de Navidad. Parafraseando a Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, "no te lo perdonaré jamás, Charles Dickens". O, mejor dicho, no perdonaré jamás las interpretaciones gazmoñas del relato. Cualquiera puede evadirse de la Semana Santa o renegar de la Feria sin causar un cataclismo en su entorno; en cambio, es imposible huir de las fiestas navideñas. Muchas personas reconocen pasarlo realmente mal en estas fechas; les invade la tristeza, el agobio, la angustia, el desasosiego… sin embargo, no hay piedad para quienes padecen acedia navideña, que tragan con las uvas, las cenas de empresa, la compra de regalos, la euforia programada, la bulla, la perfecta cuñada, el espumillón. Mi abrazo solidario a quienes viven la Navidad como un escape room.

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