En pocos ámbitos como en la política se hace tan cierto el dicho de Billy Wilder de que toda buena acción tiene su merecido castigo. Ser malo en política es rentable casi siempre y ser bueno tiene su justo escarmiento. Casi siempre; porque Juan Marín ha sido premiado por Ciudadanos con la candidatura a la Presidencia de la Junta después de portarse como un santo Job ante los incumplimientos de Díaz. El hombre pedía nueva ley electoral, una oficina antifraude y que Cs entrara en el consejo de Canal Sur, Cámara de Cuentas, Defensor del Pueblo, Consejo Audiovisual… con tanta prudencia, que parecía pedir perdón. Pero no le hacían ni caso. Tan bondadoso comportamiento debería haber sido castigado. Y quizá lo esté; ahora Marín tendrá que ser malo con su estimada presidenta y negarle el pan y la sal al menos hasta después de las municipales y europeas de finales de mayo.

El perdón está de moda. El presidente de Renfe ha pedido disculpas tras el enésimo accidente de ferrocarril en Extremadura, región con trazados del siglo XIX. Otro que lo ha hecho ha sido el ex vicepresidente Rato, a las puertas de Soto del Real. Con dos frases, "asumo los errores que haya cometido y pido perdón a la sociedad", que parecen dictadas por abogados que construyan el relato para una pronta salida por buen comportamiento. Pero le han dado dignidad a la entrada en prisión de uno de los hombres más poderosos de la España de los 90 y 2000.

Que el presidente del Supremo se haya sumado al coro de autoflagelados supone una novedad. La gestión de la sentencia sobre los impuestos de las hipotecas, deja en entredicho al alto tribunal, en un momento en el que los focos de todo el país y una buena parte de Europa están puestos en el juicio inminente contra la cúpula independentista catalana. Puigdemont, sin embargo, no pide perdón por las falsedades que trasladó a sus seguidores sobre el apoyo internacional a su causa o la negación de una fractura en la sociedad del principado. Él sigue subido en su caballo de cartón fundando la Crida desde lo alto del león de Waterloo.

El que tampoco pide perdón es Casado. El jefe nacional del PP mantiene la responsabilidad de Sánchez en lo que califica golpe de Estado en Cataluña. Además, con este asunto puso a la defensiva al presidente en el Congreso. La aplicación de un 155 indefinido en Cataluña será una constante desde ahora hasta las próximas elecciones generales por parte de PP y Cs. Sánchez quiere una disculpa, pero no la habrá. A Casado los suyos lo sacaron a hombros; hacer de malo está premiado en política. Aznar ha vuelto para el discurso duro y la espada de fuego. Para otras cosas, no tanto. Elías Bendodo, presidente de la Diputación de Málaga, prometió como Aznar estar ocho años en el cargo y marcharse. Y ahora que los cumple anda retorciendo sus palabras para quedarse en el sillón. A los jóvenes del PP de Aznar sólo les interesa la cruz. Sin perdón.

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