Un sobresalto, algo no previsto que hace levantar el vuelo. La pelota perdida que, de manera inevitable, lleva aparejada la presencia de un niño detrás. Lo saben los conductores y, al parecer, las palomas de la plaza de las Monjas que se temen la carrera en pos del balón que alguien chutó demasiado fuerte. Detalles de esa vida cotidiana que la pandemia no ha hecho salvo acrecentar. El sosiego perdido de horas de soledad, roto por la presencia humana en un entorno que debe compartir.

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