Apesar de que la palabra "patriota" es definida por el DRAE de forma muy positiva ("persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien") lo cierto es que hoy y en España verbaliza un concepto muy desprestigiado, inasumible para un número significativo de españoles. No ignoro que esa distorsión deviene originariamente de la forma en que la dictadura relacionó su legitimidad con su propia noción de patriotismo. El monopolio del "glorioso destino de la patria", con el que el dictador cercenaba disidencias, acabó justificando todo tipo de abyecciones. Con ese antecedente, no es difícil comprender que el sentimiento pueda ser considerado todavía como rechazable.

Junto a ello, y ya en el debe democrático, la proliferación de minorías nacionalistas excluyentes, al exaltar éstas sus propios signos identitarios y equiparar lo nacional español con lo fascista, ha dificultado el renacer de un patriotismo constitucional y loable. De tal disparate, que alarga aquella vieja herida y del que participa buena parte de la izquierda, deriva el recelo que levanta ahora cualquier manifestación patriótica e, incluso, la extraña precaución con la que una mayoría acobardada disimula el agrado por su país.

Lejos de adherencias coyunturales o torticeras, deberíamos reconsiderar lo que en realidad es el patriotismo. Se trata de un sentimiento que tiene que ver con lo que nos es común, con aquello que nos liga a un lugar, que nos vincula a su gente, a su historia, a sus tradiciones y a sus valores. Algo, claro, que no sirve para nada si no dinamiza el espíritu de convivencia democrática, pero que, al tiempo, resulta fundamental para establecer nuestra propia imagen frente al mundo, el sello de nuestra identidad grupal, el carácter peculiar que nos diferencia y define.

Eso, tan etéreo y tan concreto, el "orgullo de ser español", es lo que, estúpidamente, está poco a poco desapareciendo. La minuciosa omisión de nuestra historia, la maldad con la que se acallan sus aciertos y se magnifican sus errores, el odio con el que se detestan nuestros símbolos, el afán por demoler cuanto nos une, nos está robando un colosal patrimonio de siglos. Hora es de recordar que somos una gran nación, de desenmascarar tantas falacias y de reivindicar que el patriotismo no es algo vergonzoso ni descalificador, sino el modo más cabal de mostrar gratitud a los que ayer fueron y de construir dignamente el futuro de los que mañana serán.

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