Caleidoscopio

Vicente Quiroga

De pasos y procesiones

En una sociedad cada día más dada a la inmediatez y a la banalidad, donde el laicismo creciente y la desacralización de valores morales, éticos y religiosos es más preocupante, ciertas actitudes que consideran las manifestaciones públicas de la Semana Santa como esquemas rituales y estéticos poco acordes con el espíritu que debieran presidir en la actualidad los actos religiosos, invocando unos comportamientos más testimoniales que aparenciales. Y hablan de esa realidad estética o plástica como más cercana al espíritu medieval que del compromiso cristiano de nuestros días. Es más, aseguran que estas procesiones poco tienen que ver con el sentimiento que supone ver el dolor de Cristo en los rostros dolientes de los pobres del mundo.

Hay quienes se aferran a la idea de que estos cortejos procesionales adornados de costosos y ostentosos enseres en sus expresiones externas pertenecen esencialmente al ámbito de la tradición del folklore y que mezclar estas muestras con lo religioso, una vivencia integrada en el mundo, no es el mejor criterio para iluminar a las gentes en los principios claros y sencillos del cristianismo. Ponen en duda que la imagen que anima estos ritos y tradiciones favorezca el mensaje cristiano y que la Iglesia debiera ser la primera en diferenciar cual es la esencia de su pensamiento de lo que es accesorio.

Hasta aquí cuantas cosas pueden oírse o leerse estos días con respecto a las celebraciones de la Semana de Pasión, que suelen ser habituales en estas fechas y que se suman a cuantos reproches sufren hoy los creyentes, por parte muchas veces de quienes aseguran estar al margen de toda creencia. Uno se pregunta si es así ¿cómo es que se empeñan en censurar y criticar aquello que, según ellos, le es indiferente? Puede, efectivamente, que en esos ámbitos litúrgicos de la Semana Santa y de sus celebraciones haya luces y sombras. Pero en el ámbito de su espíritu y en el de muchas hermandades que estos días hacen estación de penitencia, que otra cosa no son ni deben ser las procesiones, pueden descubrirse también muchos valores cristianos, entre los que se advierten extraordinarias posibilidades catequéticas y evangelizadoras, que la jerarquía eclesiástica debiera encauzar y aprovechar. Su entidad asociativa, su poder de convocatoria y su idoneidad para los fieles, deben rebasar lo puramente externo para potenciar compromisos propios de la liturgia, la cultura y la responsabilidad social.

Tan singular fenómeno de masas, tan diverso, tan pintoresco a veces, tan llamativo y espectacular y de una identidad personal tan difícil de considerar a nivel de fe, se aprecia singularmente en la Semana Santa en el dintel del misterio. En muchas ocasiones no depende nada más que de un leve impulso apostólico para penetrar en el santuario del verdadero criterio cristiano. Ello fortalecerá posiciones firmes para quienes mantienen derroteros laicizantes que tratan de vaciar la Semana Santa de contenido religioso. Muy claro lo ha dicho el Obispo de Huelva, José Vilaplana en la entrevista que el domingo pasado publicaba nuestro periódico: "No podemos convertir la Semana Santa en un acontecimiento cultural, es vida de la Iglesia".

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