El peso del pasado sigue siendo implacable en España. Para todos inexorablemente y sobre todo para los políticos. Un pasado que ¡tantas veces! ha querido falsearse, reescribirse, manipularse. Reciente ejemplo nos trae la publicación del último libro de Alfredo Alvar, profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas e ilustre autor de biografías de grandes personajes históricos, Felipe IV, El Grande. El autor, afirma que un ejercicio historiográfico habitual consiste en "escribir mal el pasado para justificar el presente", lo cual, según él, se prodigó en los siglos XVIII y XIX, con referencia especial a los llamados "Austrias menores", que popularizó "una copla que se transmitió en el Bachillerato y en la calle". Contradice la versión de El Rey pasmado, trasladado a la literatura (Gonzalo Torrente Ballester, 1989) y al cine (Imanol Uribe, 1991). El monarca, que protagonizó una espectacular cacería en Doñana, no era tonto precisamente sino culto y bien documentado. Tuvo que reinar en un período especialmente comprometido y complejo.

Esos intentos de reescritura del pasado, cuya insistencia es obsesiva para algunos, sobre las motivaciones que hace 40 años determinaron el cambio de régimen en España, vienen a coincidir con una opinión que podíamos leer en la contraportada de Huelva Información, expresada en una entrevista con un prestigioso fotógrafo de la Transición, Ricardo Martín, que estos días presenta una interesante exposición de esa época: "Ese intento de descrédito creo que tiene que ver con parte de una generación que desconoce lo sucedido y que se alimenta de la ignorancia, el oportunismo o la mala fe de una serie de líderes aprovechando una época de crisis".

Un destacado político de esa hora histórica como es Alfonso Guerra, valoraba positivamente las renuncias de los partidos conservadores y progresistas para contribuir a la construcción de la democracia en el periodo transicional, afirmando: "No hay que avergonzarse por renunciar a parte de los proyectos cuando se busca un acuerdo general que dé vida política libre y democrática a una sociedad". Contundente era su declaración de sólo hace unos días: "Ha llegado el momento de que los progresistas se despojen de los prejuicios y proclamen su patriotismo", defendiendo que "la unidad de España no es otra cosa que la igualdad entre españoles".

Siempre se dijo que es necesario superar el pasado para conquistar el futuro. Difícil en las actuales circunstancias. No se debe invocar el pasado con instinto cainita, remunerador, oportunista y revanchista por lo que hicieron otros quince años atrás. Pero inflexiblemente el pasado vuelve y como siempre cobrándose sus réditos culpables de la corrupción y el oprobio moral, llevándose por delante la credibilidad del mismísimo gobierno. La compulsiva y precipitada moción de censura, que augura un escenario inquietante, ¿es la solución? Lo sabremos mañana.

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