Lo que pasa es que Huelva no tiene 'na'

Pecios antiquísimos que demuestran lo viejísimos que somos y la importancia de Huelva en la antigüedad

El viejo guerrero seguía siendo tan fuerte y poderoso como siempre, pero su gesto mostraba a un hombre cansado, harto. Allí, junto a la orilla, había encontrado la paz que tanto había anhelado durante tanto tiempo. Allí olvidó el olor de la sangre y el ruido estremecedor de los gritos de la muerte. Allí ocupaba ahora sus horas, entre el improvisado huerto y la pequeña embarcación con la que cada día iba a pescar y desde la que ahora miraba su casa, tan sencilla, tan poca cosa, que parecía mentira que fuera tan importante para él. Su nuevo hogar, lejos de todo lo que odiaba. Metió la mano en el saco que llevaba a su derecha y alcanzó su viejo casco. Lo levantó para observarlo por última vez. Era hermoso, de fino y duro cobre, aunque no lo suficiente como para resistir la embestida de la enorme piedra con la que el viejo guerrero había terminado quebrándolo. Le había salvado la vida más de una vez, así que tampoco es que lo odiara. Aún así, dejó caer una sonrisa y lo arrojó a la ría con todas sus fuerzas, deseando que tuviera una larga vida como camastro de peces o refugio de cangrejos. Y así, en verdad, anduvo sus días hasta que alguien lo encontró dos mil y pico años después.

Todo lo que se cuenta aquí arriba es inventado. Nadie conoce la historia que hay tras el casco corintio de la ría de Huelva, aunque hay cosas que se le suponen, se le deducen, con los datos, con mucho conocimiento y una pizca de imaginación, que para eso están los arqueólogos, claro. Y los escritores, sin embargo, a veces contamos una fantasía, como esto de hoy. ¿Lo real? Que en los años treinta del pasado siglo se encontró el famoso casco, y que diez años antes, en una operación de dragado del fondo de la ría, a la altura del Muelle de Tharsis, aparecieron más de 400 de piezas de bronce, incluyendo algunas decenas de espadas, puñales, flechas o puntas de lanza que hace tres mil años arrojaron al mar, por alguna razón, paisanos onubenses de nacimiento o de adopción, como nuestro guerrero. No hay un hallazgo igual en España. Más cosas reales: en la misma ría descansan los restos de pecios antiquísimos que demuestran, además de lo viejísimos que somos, la importancia de Huelva como puerto comercial de la antigüedad. Y más allá, hacia Ayamonte o hacia Sanlúcar, mires donde mires, decenas de yacimientos nos recuerdan que nuestra historia no solo está bajo el suelo que pisamos (aunque sea de metacrilato), sino que se encuentra, muy especialmente, en el fondo del mar.

Y sin embargo, aquí estamos. Sabiendo de pecios olvidados bajo redes de pesca o enterrados en chiringuitos. De cascos griegos y espadas fenicias que duermen en oscuros sótanos e incluso en iluminadas vitrinas que los enseñan muy lejos de aquí. Sabemos de tesoros, de cultura, y de una Historia que nos han quitado o nos hemos dejado quitar. Aquí estamos, decía, arrastrando nuestras penas porque, hijo, lo que pasa es que Huerva no tiene .

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