Relatos de Verano

La parada de los monstruos

Hace unos años, en una ciudad del sur, la Policía halló muerto en su hotel a John Grinberg, el magnate de los negocios estadounidense. Grinberg había llegado a la ciudad para comprar una empresa en apuros. Según fuentes consultadas por este diario, el acuerdo de compra mantenía el despido de trabajadores. La autopsia no pudo revelar las causas de la muerte, sólo confirmó que Grinberg falleció mientras dormía. La noche de su muerte, como de costumbre, las fuerzas del mal se congregaron al otro lado del río. ¿Quieren saber lo que dijeron? Bienvenidos a la terrorífica parada de los monstruos.

La parada de los monstruos

La parada de los monstruos

Sentados a la mesa de la última cena, Satanás parte el pan y lo pasa al de izquierda. Todos comen y callan.

El murmullo de cucharas que apuran la sopa amortigua el silencio de la escena. Alguien por fin dice algo, susurra, casi afónica: "Una cosa está clara: no se nos está dando bien este siglo". Es la niña de El exorcista.

Como siempre, trata de ironizar. Como siempre, nadie le echa cuentas. La sonrisa que esboza no alcanza a ser mueca. "Cuando tú puedas, Ángel", avisa uno de los vampiros al camarero, alzando la jarra vacía. "¡Otra vez me he manchado de salsa la sábana!", se lamenta el fantasma. Cabizbajo, ensimismado, Freddy Krueger agujerea con el meñique el mantel de papel mientras piensa en su próximo asesinato.

-¿Qué?, ¿aquí nadie piensa decir nada? -espeta la bruja, chillona, rompiendo la paz de la sobremesa en mil cristales.

-Qué quieres que digamos, Morgana -le responde el alienígena, cogiéndole un cigarro del paquete-. Ya nos han dicho lo que hay: o caemos tres de nosotros o se acaba todo. Más claro, imposible.

-Como si acaso pudieran garantizar que en las navidades esto va a seguir -replica el empalado-. Nos la han metido bien metida. Estamos jodidos.

-Unos más que otros, perdona que te diga -salta Edward Cullen-. Aquí los últimos serán los primeros. Y la niña de la curva y yo somos nuevos.

-No te creas -dice la momia-. ¿Tú sabes la edad que yo tengo?, ¿tú sabes dónde voy a ir yo cuando esto acabe? Mi marido también está tieso.

-Y el sindicato, ¿qué carajo hace? -pregunta la niña de El exorcista.

-Si nos compraran los americanos… O nos compran los yankies o salimos a concurso -apunta la madrastra-.

-"Salimos a concurso", dice la tía. Lo que hay que oír. ¿Qué es eso de "salimos"? -interrumpe Chucky-. ¡Ni que fuéramos los dueños de esta historia!

-Los americanos son nuestra salvación, Chucky -prosigue la madrastra-. Están en el taco. Aunque nos compren por poco, salimos ganando. Además, hacen virguerías. ¿O quiénes crees que te han inventado a ti, los Hermanos Grimm? Si no fuera por ellos, aquí todavía estarían trabajando el lobo y el tío del saco.

-Cómo lo sabes, madrastra. Que los americanos nos compren es nuestra única salvación -corrobora el alienígena-. Dios quiera.

-¡Yo me cago en dios! -grita Chucky, pegando un manotazo en la mesa.

-¡Esa boca, niñato! -le increpa Satanás, clavándole sus penetrantes ojos azules- ¡Un respeto!

-¡En mi hambre mando yo! -continúa a voces Chucky-. Aquí alguien va a tener que dar la cara. Que no se puede jugar así con las fuerzas del mal, hostia. Tenemos derechos. Y si hay que pegarle un susto a más de uno, ya estamos tardando.

-Ya está, niño, ya está… -templa Krueger sin dejar de agujerear el mantel con desgana-. Tranquilito. A ver si encima…

-El sindicato no ha movido un dedo. Ni cuando se filtró la noticia al diario. El comité y la directiva van firmar a nuestras espaldas. Si es que no han firmado ya -comenta, con un hilo de voz, la niña de El exorcista.

-Nos están chupando la sangre -dice el vampiro.

-Qué gracioso -añade el empalado.

-Esto con Franco no pasaba -suelta la madrastra.

-(Creo que voy a vomitar) -susurra por lo bajo la de El exorcista.

-Una Semana Trágica, es lo que hace falta -espeta Chucky.

-Y yo que quería arreglarme la boca este año -piensa otro vampiro. Se hace un silencio. Ha pasado Ángel.

-Estamos como en Gran Hermano. Todavía no nos han comunicado quiénes nos vamos y quiénes nos quedamos -cierra la bruja. A punto de echarse a llorar, arroja con rabia el mechero y el paquete de tabaco dentro del bolso.

-A mí me liquidan, fijo -asegura Cullen.

-Seguro que no -insiste la momia-. Quieren sangre fresca. Tú tienes tirón con las chavalitas. A la bruja y a mí ya nos intentaron prejubilar.

"Piden tres de nuestras cabezas. No se las demos. De aquí salimos vivos o todos o ninguno. ¿Qué me decís?", propone Satanás al resto de las fuerzas del mal

-Piden tres cabezas. En bandeja. Bien, pues no se las demos. De aquí salimos vivos o todos o ninguno. ¿Qué me decís? -propone Satanás al resto de las fuerzas del mal.

Nadie dice nada. Chucky carraspea. Una espesa capa de silencio, más espesa aún por el calor húmedo del río en agosto, vuelve a cubrir la escena.

-Como los mirlos. Estamos cagaos como los mirlos, eso es lo único que pasa -sentencia Satanás-. Les tenemos miedo.

-Más sabes tú por viejo que por demonio -apostilla la momia.

-Freddy, ¿qué dices tú? -pregunta Cullen.

-Entrar en los sueños del accionista mayoritario para asesinarlo, no te jode -responde, quitándose un trocito de papel del meñique-. Es broma.

Como almas en pena, los comensales van levantándose de la mesa conforme firman y fechan el vale de comida. Se acabó la paradita de los monstruos. Es hora de ir volviendo a El templo de las fuerzas del mal.

Les queda el último pase de la última noche de la temporada veraniega. Para tres de ellos -quién sabe quiénes- es, además, el último pase de su última noche de su última temporada.

"Una cosa está clara: no se nos está dando bien este siglo", vuelve a intentarlo la niña de El exorcista. Esta vez consigue dibujar en su cara una sonrisa, que resulta realmente aterradora. "Cuando tú puedas, Ángel", dice el vampiro, pasándole el puñado de vales al camarero. El fantasma pregunta en la barra por un quitamanchas. Aún sentado, agujereando el mantel con el meñique, Freddy Krueger piensa en su próximo asesinato.

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