¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Un país de gallinas

Lo único que sabe hacer la mediocre clase política que padecemos es azuzar nuestros miedos más infantiles

España se ha convertido en un país de gallinas. Todos tienen miedo: la izquierda, que no le hizo ascos a brindar en Navidad con los que ensangrentaron nuestra democracia, se muestra ahora medrosa ante la foto de la Plaza de Colón; la derecha, a la que no le importó que un grupo de pillos genoveses saquearan la hacienda pública, es ahora puro temblor ante medidas sociales tan necesarias como justas. La nación se ha dividido definitivamente en dos bloques cuyo pegamento es la cobardía, un campo feraz para los demagogos del antifascismo y los tronantes salvapatrias. En el fondo de esta reedición de la España machadiana se encuentra el clamoroso fracaso de eso que alguna vez llamamos con evidente torpeza nueva política. Tanto Podemos como Ciudadanos, que nacieron de la indignación del 15-M con la pretensión de ser formaciones transversales que superasen la vieja dicotomía de derechas e izquierdas, han terminado absorbidos por el agujero negro generado por colapso de esas dos supernovas que son el PP y el PSOE.

La cobardía cala los huesos de la patria. Quizás porque lo único que sabe hacer la mediocre clase política que padecemos es azuzar nuestros temores para que corramos a protegernos en las faldas de las certezas más atávicas. Sin embargo, no será con miedo como resolveremos el problema catalán o como pagaremos la enorme deuda social generada por la crisis económica y que sigue ahí pendiente pese a los años de bonanza que hemos vivido. La prudencia es un valor fundamental en la política, pero también el valor. Saber combinar ambos es lo que convierte a los políticos en gigantes. Churchill, De Gaulle, Walesa o Václav Havel fueron grandes porque fueron arrojados en el momento en que hubo que serlo, cuando la situación ya sólo se podía resolver con un golpe de audacia. Tras la crisis del 98, Joaquín Costa reclamó un cirujano de hierro para acabar con el caciquismo, el gran problema de la España alfonsina. Ahora, tras el crack de 2008, necesitamos menos, un simple galeno valeroso que tenga al país en la cabeza, que sepa comprender su unidad y pluralidad, no sólo territorial, sino también social y política. Sencillamente, alguien que para aferrarse al poder no necesite convertirnos en niños asustados en el rincón más oscuro de nuestro dormitorio.

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