Confabulario

Manuel Gregorio González

D orian G ray

FUE Oscar Wilde quien dijo que, a partir de los cuarenta años, un hombre es responsable de su cara. De ahí la perturbadora fábula de Dorian Gray, en la que un señorito crápula logra trasladar a un retrato los rasgos que debieran ajar su rostro. Pues bien, dicho principio estético, llevado al panorama electoral, es el que don Mariano Rajoy aplica a la situación española desde diciembre pasado, sin que hasta ahora hayamos caído en la cuenta. Don Mariano ha dejado que los candidatos pacten y se acogoten y se injurien, para que al final, el mapa electoral de España acabe teniendo los rasgos, el perfil, la fatigada lámina, de un señor de Pontevedra.

Claro que esto no significa que Rajoy sea un Dorian Gray celtíbero que traslada sus culpas al electorado. Pero sí que la astucia de Rajoy, que el talento del candidato Brey, ha consistido en permitir que los demás candidatos lo lleven -si le llevan- al triunfo. Probablemente, Rajoy debió pensar como Picasso, cuando alguien le recriminó el escaso parecido de Gertrude Stein con su retrato cubista: "Ya se parecerá", respondió don Pablo. En este "ya se parecerá" se resumen tanto la inteligencia pictórica de Picasso como la estrategia política del Presidente del Gobierno en funciones. Con lo cual, si Rajoy gana las próximas elecciones (caso de que las hubiere); si Rajoy consigue gobernar en los próximos cuatro años, no será tanto por una voluntad manifiesta de don Mariano, como por una calculada holganza donde entraba el braceo inútil de sus oponentes y el cansancio, un cansancio al que se suman la irritación y el miedo, del electorado patrio.

De modo que si la España veraniega acaba pareciéndose a Rajoy, dicha España se habrá fraguado sobre un fracaso. El fracaso de la oposición, por fingir una posibilidad de pacto que en realidad no existe, y el fracaso del propio Gobierno, que no ha sabido manifestar la urgencia y la oportunidad de un pacto. Es probable, por otra parte, que a Rajoy no le haya quedado otra que forzar esta semejanza del electorado con sus propias ambiciones. Aun así, dicha posición forzada no excluye un poso de melancolía. Al fin y al cabo, se trata de una derrota de todos. Y si la España futura habrá de parecerse a Rajoy, también Rajoy terminará pareciéndose a esa España atribulada, exasperada, algo ridícula e mendaz, en la que tediosamente naufragamos.

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