L A historia sólo recoge hechos, aporta fechas, atiende a causas y consecuencias y siempre, irremediablemente, bajo el juicio del narrador de turno. Éste, a pesar de la maraña de acontecimientos y eventos, sólo repara en las personas que los protagonizaron, obviando que cada una de ellas fue construida por muchas otras. Pasa por alto a esos otros hombres y mujeres anónimos que los hicieron posible, propiciando a los protagonistas el contexto que los acunó y les permitió llenar páginas de la historia. Hombres y mujeres que, a su vez, son fruto de lo que han vivido, consecuencia de sus obras y resultado de lo que otros les hicieron. Ellos son el resultado de amores y desamores y efecto de ilusiones y de frustraciones.

Los hechos, llamados "históricos", encumbran a héroes y vilipendian a los villanos. Sorprende que, entre tantas personas que han construido lo que hoy llamamos historia, sólo un grupo minoritario permanezcan como protagonistas, los vencedores, los que consiguen su meta y, con ella, la admiración de los demás. Los que, bajo el mérito de ganar, no importa cómo, además disponen de los suficientes recursos para adulterar la valentía de los que perdieron. Los que consiguieron arrinconar los empeños de quienes fracasaron en la conquista de un sueño.

Para los perdedores, para los que, a pesar de luchar con ahínco, no alcanzaron lo que perseguían, apenas existe el recuerdo. Para ellos no se organizan actos ni nadie recuerda sus gestas. Y, como si esto no fuese suficiente, y sólo por el hecho de perder, se les niega algo tan valioso como es el recuerdo. El recuerdo, lo único que puede y debe quedar, lo que configura su yo, lo que permite adentrarse y descubrir a la persona que hubo debajo de un uniforme.

Si un pueblo pierde su memoria colectiva, pierde su identidad. De ahí, que deba protegerse, conservarse y difundirse. De ahí que no pueda caerse en la mezquindad de consentir la más ruin de las acciones: permitir que los descendientes de esos perdedores lleguen a avergonzarse de ellos o a olvidarlos por presión social. La memoria es una facultad humana esencial individual y colectivamente y nadie debe decidir entre lo que "hay" o "no hay" que recordar. Por eso, hoy precisamente, Domingo de Resurrección, puede ser un buen día para celebrar esa Ley de Memoria Histórica, recién aprobada en el Parlamento andaluz, y desearle a la Asociación onubense arrojos para conseguir la justicia deseada. Ánimo para recuperar recuerdos.

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