URGENTE Pedro Sánchez se retira de la vida pública hasta el 29 de abril para pensar si seguirá de presidente del Gobierno

Ahora mismo estamos todos estremecidos por tu alevosa muerte, pequeño Gabriel. Los testimonios de dolor son millares en todos los medios informativos. Muchos de ellos juran y rejuran que no te olvidaremos, pero no será así. Te olvidaremos, Gabriel. El mismo día en el que descubrimos tu cuerpo sin vida cumplimos el catorce aniversario del asesinato de casi doscientos españoles que iban en Madrid en unos trenes a temprana hora para trabajar. Un pequeño acto oficial, unas palabras de algunos familiares y se acabó. A ellos los mataron porque había y hay quien está empeñado en agrietar nuestra convivencia hasta los tuétanos. A ti no sé por qué te han matado, pero yo hoy te veo unido a esos casi doscientos españoles pasto ya del olvido. Para mí no es casualidad que las fechas hayan coincidido. Y es que todo me habla de muerte, la tuya y la de ellos, y todas me llevan a sentir que la vida humana se ha devaluado. Cuando nos ufanamos de tantos progresos, de tantos derechos, de tantos avances sociales y de tanta moderna modernidad, resulta que la vida humana cada vez más vale un pimiento.

Y como en este artículo hablo de lo que he sentido al conocer tu fin, digo que se me han clavado las muertes arriba mencionadas y las de los cientos de miles de niños eliminados en los vientres de sus madres en eso que llamamos derecho al aborto. Hoy existe el derecho a matar seres humanos, pequeños eso sí. El día cero de nuestras vidas no es cuando nacemos. El primer día de nuestra vida es aquel en el que se unió un espermatozoide de nuestro padre con un óvulo de nuestra madre. Cuando nacemos ya tenemos nueve meses de vida. Y puestos a quitar de en medio a alguien, en algunas mentes deformadas por la indolencia general a este respecto surge la pregunta: ¿qué más da una persona con ocho semanas de vida, con ocho meses o con ocho años? O matar al vecino, al cónyuge que estorba, a la mujer que no se doblega, al jefe que me fastidia, al viejo que se resiste a ser robado, o hasta al sujeto con el que he tenido una discusión de tráfico. Todo es lo mismo. En todos los casos hablamos de la vida que hoy se cotiza a la baja. Existe el crimen desde Caín, claro está. Pero hoy va alcanzando un grado de perfidia casi inigualable. Hoy muchos piensan igual que el hombre de Neanderthal: el fin justifica los medios. No me consuela la justicia humana que es volátil. Me consuela la presencia de un Dios que a todos y a cada uno de los ejecutores les pregunta hoy y preguntará en el último día: "¿Dónde está tu hermano, Caín?". Pido a ese Dios, no olvidarte, Gabriel. Con Él, ya estás.

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