Si Rajoy ha venido junto a Susana Díaz a visitar el litoral de Huelva es que el problema debe ser grave. Acompañados también en la retaguardia por el ministro de Fomento, ése que no quiere recibir al presidente de la Diputación y que, tras mucho insistir la FOE le repitió el mantra favorito de los gobiernos para con Huelva: para vosotros no hay nada (y punto).

Si no fuera porque el tema es serio, la respuesta de las administraciones a los efectos del temporal resultan tiernas por ingenuas: "haremos todo lo posible para que las playas estén acondicionadas en Semana Santa". La respuesta me recuerda a los niños haciendo castillos y diques en la arena del mar, confiando que aguantarán la subida de una marea que inexorablemente lo engullirá. No habría que preguntarse por lo que pasará esta Semana Santa, sino en la Semana Santa de dentro de diez, veinte o cincuenta años. Nadie parece admitir esa verdad incómoda de que nuestro litoral, con su pecho abierto hacia ese gigante azul del Océano Atlántico, sufrirá (ya lo está haciendo) las consecuencias del cambio climático. A la vez que el temporal destrozaba nuestra costa, un petrolero era capaz de cruzar el Ártico en pleno invierno sin necesidad de rompehielos. Dos hechos separados por miles de kilómetros que pueden perfectamente relacionarse en una común conclusión: el calentamiento global es una evidencia.

Siempre me ha parecido razonable que las políticas medioambientales no se transfieran a las comunidades autónomas, sino que tengan rango estatal, como pasa en EEUU con sus parques naturales, dado que quedarán más a salvo de la tentación especulativa local. En España eso no ha pasado, ha habido connivencia con construcciones hechas en dominio marítimo, venidas de ríos y zonas protegidas. Ya sabemos la cercanía de la ministra del ramo con Fertiberia y en la situación que pone la solución a los fosfoyesos.

Fosfoyesos que, por cierto, también están sufriendo las consecuencias de lluvias y vientos fuertes. Aquí siempre que hemos querido protegernos, hemos tenido que mirar a Europa.

Si se fijan, en las playas de Huelva no hay paseos marítimos como en muchas otras, sino hileras de chalets que cercenaron el derecho a disfrutar de lo público. Ahora a esos chalets los engulle la marea y claman por sus derechos. Es un buen momento para reclamar lo que es de todos… La naturaleza ya lo está haciendo.

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